Un samurai en El Vaticano

Pongamos por caso que con tanto olor a incienso y vela quemada, Maranello se ha tornado El Vaticano, que sus mecánicos en vez de monos de trabajo rossos, van vestidos con sotana negra y se mueven de estancia a estancia con paso prieto y corto. Que don Stefano ya no es seminarista sino obispo y don Luca se ha metido entre pecho y espalda una bolsa de sangre de sus ancestros que guardaba celosamente la trama de la Operación Puerto en un oscuro frigorífico, para recordar de una puñetera vez que los cardenales han sido también habilidosos estrategas a quienes no les temblaba la mano ni en misa ni en el campo de batalla.

Imaginemos por un momento que no hemos tragado el anzuelo de la Ferrari convulsa, quebrada y desenfocada que se nos ha servido en fechas recientes, que hay un plan en el cual nadie parece estar contento salvo Felipe Massa.

Vayamos más lejos y arroguemos a todo lo que está sucediendo algo de inteligencia y pensemos por un instante que hemos sido víctimas de un engaño tal, que así, Fernando se habría quejado tras haber velado de noche sus armas en riguroso ayuno y haber recibido la comunión al alba, y el pescozón que propinó Montezemolo a su samurai sería impostado y estaría pactado como lo estaba el sacrificio de Mark ante el altar de Sebastian en Abu Dhabi 2010.

Al hilo, Pat Fry, el británico que vino a salvarnos de los italianos, habría aprovechado la llegada de James Allison para fingir que solicitaba clemencia por sus muchos pecados, excusándose en su excesivo trabajo pero admitiendo así mismo la penitencia; y Domenicali, reforzando públicamente a Felipe en su puesto, en el fondo le estaría advirtiendo de la que la curia sabe perfectamente que es el flanco débil de La Scuderia, pero que aun así y todo, se le necesita hasta que todo acabe. Singapur como señuelo, el Mundial como meta...

Un susurro se desliza ahora sobre las baldosas de mármol recién enceradas por las monjas: «¡Forza, forza, forza!»