Los expertos en comunicación se refieren cada vez más al término notoriedad como el objetivo a conseguir en publicidad. Es hasta cierto punto lógico, en mitad de la vorágine de información que anega de forma constante nuestros sentidos, la competencia por encontrar una ventana de oportunidad que consiga atraer nuestra atención es tan dura, que demasiadas veces la esencia del anuncio queda en un segundo o tercer plano.
La mecánica es tan perversa que el mensaje ya no interesa tanto y es el medio en que se proyecta el que cobra todo el protagonismo. Así las cosas, ser protagonista, tener notoriedad, es más importante que ser veraz o convincente ante el cliente, con lo cual, un buen paquete de fuegos artificiales siempre tendrá mayores posibilidades de éxito que apostar por demostrar la calidad de lo anunciado.
Como sabéis, ando poco y muy medido en publicidad desde que quedé hasta las trancas de una actividad profesional que tiene sus ojos puestos más en el anunciante que en el destinatario final. También conocéis que me muevo en el mundillo editorial y os puedo asegurar que a día de hoy está sucediendo lo mismo: que es más importante la obtención del coño hype que ofrecer a los lectores y jugadores, un material que satisfaga sus auténticos intereses...
Interés, bonita palabra. Pagamos por generar interés y ya tenemos buen producto. Pagamos mucho más por crear mucho más interés y tenemos la boda del siglo, el libro del siglo, lo que sea del siglo.
Recuerdo a Juan Marsé diciéndole a la ganadora del Premio Planeta 2005 que haber obtenido el galardón no la convertía en escritora y pienso inevitablemente, en si subir a Max Verstappen a un F1 convierte en piloto de elite al hijo del hombre que se decía tan rápido como Michael Schumacher.
No lo veo, os lo digo con total sinceridad. Es más, considero que subir a un chaval sin apenas experiencia a un Toro Rosso, por muy bueno que sea y por mucho que acabe obteniendo la superlicencia con 17 años, supone una vuelta de tuerca más en ese indecente camino que lleva recorriendo nuestro deporte en su búsqueda impenintente del espectáculo por el espectáculo.
Hasta hace nada la Fórmula 1 era la culminación de un duro y largo trabajo de destilación de talentos naturales o adquiridos, que plantaba ante los espectadores a un buen ramillete de auténticos pilotos en cada carrera. Sí, siempre ha habido conductores de pago, pero los que compraban un asiento ya llegaban al Circo sabiendo leer y escribir y si no lo demostraban, se iban por donde habían llegado para dejar su sitio a otros.
Hoy es el día en que el dinero soporta, deportivamente hablando, a auténticos maderos del volante y el que adquiere además, la cuota de notoriedad necesaria para posicionar adecuadamente un producto de largo recorrido que se prevé muy rentable, que dentro de nada llenará páginas y espacios de comunicación bajo la denominación de niño prodigio.
¿Y dónde queda la Fórmula 1? Donde siempre, en un segundo o tercer plano, para que sigamos buscando el espectáculo y tratando de entender por qué el público está dando la espalda a todo esto.
Os leo.
¿Y dónde queda la Fórmula 1? Donde siempre, en un segundo o tercer plano, para que sigamos buscando el espectáculo y tratando de entender por qué el público está dando la espalda a todo esto.
Os leo.
4 comentarios:
Hoy, siendo el día que es para ti sólo puedo decir:
Un abrazo Jose
Completamente de acuerdo contigo.
Un saludo.
Álvaro.
Gracias, Kiko ;)
Y Álvaro, ahora mismo existe un bonito debate al respecto, pero como he dicho esta mañana, a mí no me convence para nada :P
Un abrazote
Jose
Lo mas triste de todo es que esta F1 nuestra está fracasando por tanta preocupación como hay por que sea exitosa. Dice un refrán, muy de mi gusto por cierto, "Quiereme menos, pero quiereme mejor". Si la sutileza en el trato, la elegancia en la exposición normativa, la ecuanimidad en la aplicación de dichas normas y la apuesta por la libertad frente a la restricción obsesiva fuesen las apps que instalasen en nuestra F1 los ínclitos gobernadores que la dirigen, el éxito estaría asegurado, más por la propia génesis del "producto" que por la gestión del mismo. Lo que me temo es que esto va para atrás y, como decía Jose hace algunas entradas, al final mejoraremos de pura imposibilidad de empeorar. Un abrazo a todos y en especial a nuestro anfitrión. ;)
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