jueves, 16 de agosto de 2018

Un nuevo atleta


Lewis todavía no ha aterrizado, pero lo hará...

El tsunami que se ha montado con el anuncio de Fernando Alonso, de momento está dando para que el personal quede retratado, para bien o para mal, incluso en mi Ferrari, de la que sospecho que ha preferido dar la callada por respuesta antes que exponerse a desestabilizar a Sebastian.

Y es que éste es el cuadro. Nuestros dos rivales más fuertes de cara a llevarse este campeonato, el velociraptor y el mesías —lo digo con todo el cariño—, se desestabilizan a la mínima, y en el caso concreto de Hamilton, habida cuenta de que no ha tenido oponentes reales desde aquel aciago 2007 de triste recuerdo.

Así que, como decía al principio, el británico aterrizará más pronto que tarde para encarar la realidad de que se ha quedado sin enemigo natural, y que si éste vuelve, será para ponerle las cosas difíciles como no se las ha puesto nadie.

Lo he dicho hasta hartarme: después de Schumacher, lo único que le quedaba de interesante a esta Fórmula 1 consistía en soñar con que, de una puñetera vez, los más grandes pilotos de estos últimos años se enfrentarían en pista sin mediadores. Por razones obvias no ha podido ser. Alonso se ha equivocado siempre en sus decisiones (sic) y Lewis ha tomado el camino comodorro: controlar al compañero para hacerle trizas una vez estaba maniatado, y si bien el saldo para el de Oviedo dicen algunos que es manifiestamente mejorable aunque justo en sus consecuencias, en el caso del de Tewin produce un poquito de vergüenza ajena a pesar de los números.

2008 supuso una cagarruta de Mundial. ¡Coño, que era Massa! ¡Sí, la mejor versión de mi Felipe, pero Massa al fin y al cabo! 2014 y 2015 salieron bien porque herr doktor Zetsche tuvo a bien sacrificar a Nico, y es que en cuanto Rosberg anduvo algo más suelto, endiñó a su compañero británico una derrota que todavía está removiendo los cimientos de la Abadía de Westminster. Y encima, Britney va y deja vacante la defensa del título. Que sí, que se portó como un cobarde y tal, pero bad boy no pudo resarcirse, que al final es lo que cuenta, ya que jamás sabremos si Rosberg no habría metido otra paliza en 2017 al lobo de nuestro cuento de Caperucita Roja.

Y en este año que acabo de citar, Vettel va y decide inmolarse sin ayuda de nadie, vamos, que regala a Hamilton la corona y todos tan contentos...

El de Tewin sabe mejor que nadie lo que ha conseguido y lo que significa no tener a Fernando en la parrilla. Hasta este martes pasado, ambos estaban llamados a encontrarse para pelear cara a cara sobre el asfalto, pero ya no puede ser, y a Hamilton no le vale ser un poquito mejor que Vettel, debe ser infinitamente más fuerte y más grande que él si quiere ser recordado por alguna gesta en la que no hayan mediado ni Charlie Whiting, ni los intereses de la empresa para la que trabaja, ni los del espectáculo, of course!; ni el azar, ni, por supuesto, su siempre aliada prensa british.

Pretende dar un nuevo formato de sí mismo el año que viene, con eso de que los conductores pesarán por separado que sus vehículos, pero la palabra atleta sólo tiene significado si te pareces a Michael y sales a pista a anularlo todo con tu sola presencia. Y admitámoslo, de momento no hay signos de que Lewis sea capaz de interpretar ese papel, ni siquiera con más volumen de dorsales o pectorales, o más fino, o yo qué sé. Entre otras cosas, porque Mercedes AMG no es la Ferrari de principios de siglo y tiene que fingir un poco ante Liberty Media, no sea que el negocio se desinfle.

Pero aterrizará. Tengo fe en ello, lo prometo.

Os leo.

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