sábado, 18 de agosto de 2018

La curva fantasma [#Nürbu 30]


Los entrenamientos y pruebas en el viejo Nürburgring anterior a la Segunda Guerra Mundial disponen de suficiente entidad como para llenar varios volúmenes de una enciclopedia, aunque, evidentemente, su relevancia haya quedado solapada por los inevitables rigores de la historia.

El periodista Elpidio Ruíz describe en su artículo «Un príncipe japonés en las Eifel» (El Austral, noviembre de 1953), cómo a principios de 1939 —meses antes de que Alemania iniciase la invasión de Polonia, desatando con ello la contienda más sangrienta del siglo XX—, Berlín apremió a Auto Union para que satisficiera los deseos de un familiar del Emperador Hiroito, de visita en el país, que se decía amante declarado del automovilismo de competición y había solicitado realizar una prueba privada en el trazado colindante a Adenau.

La orden no se podía desobedecer aunque en Chemnitz no sentó nada bien. No había ningún problema en preparar una unidad Type D ni en desplegar un pequeño equipo de mecánicos y las servidumbres correspondientes, con el fin de agasajar adecuadamente al invitado; el escollo eran la meteorología invernal y, obviamente, el absoluto desconocimiento sobre su calidad como piloto.

Auto Union trató en vano de convencer a la Cancillería de lo peligroso de aquella aventura o, incluso, de trasladarla a Avus, un circuito mucho más cómodo de controlar. No obstante, ante la negativa, la fábrica de los cuatro aros logró el apoyo del gobierno y la Wehrmacht, ministerio que a la postre se encargaría de limpiar en lo posible la enorme cuerda de 28 kilómetros que proponían el Südschleife y el Nordschleife juntos, así como de custodiarla.

El tiempo ofreció una pequeña tregua a comienzos de febrero de aquel año, y una vez se habían realizado los preparativos y el asfalto permitía ser transitado por un coche de carreras, la empresa de Sajonia recibió a la personalidad en su sede y, al día siguiente, le cedió amablemente un Type C/D V16 dispuesto en modalidad Hill-climb (cuatro ruedas en el eje trasero) con el que poder cumplir su sueño de circular en el Nürburgring.

El Príncipe, luego de agradecer a través de sus intérpretes tanto el favor como el recibimiento recibido, se despojó de su abrigo que ocultaba que había venido vestido de piloto, y se introdujo en el habitáculo del monoplaza para ponerse los guantes, las gafas, y comenzar a rodar.

Bastó una vuelta a Nürbrurgring para que detectara que la potencia había sido ligeramente capada, de forma que solicitó a Herr Doktor Kolbe —ingeniero encargado de la misión, íntimo amigo de Rudolf Caracciola, por cierto—, que devolviera el auto a sus prestaciones originales. Así se hizo, desde luego, y según Ruíz, el extraño personaje circuló a partir de ese instante a buena velocidad y en tiempos que en nada desmerecían los conseguidos por otros conductores. Todo iba bien hasta que comenzó a nevar ligeramente y el familiar del Emperador dejó de aparecer por línea de meta.

Saltaron las alarmas y se organizó una batida por todo el perímetro con la intención de encontrarles a él y a su coche, ya que resultaba evidente que había sufrido un percance aunque ninguno de los soldados que velaban por la seguridad de la prueba lo había notificado.

Tres horas de infructuosa búsqueda después, bajo una copiosa nevada vespertina y con la sensación de que podía haber existido un secuestro, Kolbe se disponía a coger el teléfono para alertar a Chemnitz y asumir sus responsabilidades, cuando fue alertado por uno de sus mecánicos: el Príncipe había aparecido y con un desparpajo inusual estaba narrando a los congredados en las inmediaciones de los garajes, cómo se había perdido al abordar una curva a izquierdas que no había divisado las otras veces que había pasado entre Bergwerk y Klostertal...

Resulta obvio decir que el citado giro no fue localizado ni sobre el terreno ni en la cartografía ni en las numerosas fotografías aéreas de la zona que tenía la Luftwaffe. Durante un tiempo se conoció la anécdota como la de La curva fantasma e incluso se llegó a bautizar como Prince's Kurve, en todo caso, una leyenda más de las muchas que adornan Nürburgring. Aunque años después volvería a ser de nuevo protagonista... Pero ésa es otra historia.

Os leo.

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