domingo, 8 de julio de 2018

Como los gatos


El Lewis que me gusta ha sabido recomponerse después de una salida de ésas que se tiran directamente a la basura; el que no me gusta, se ha portado, otra vez, como un perfecto chiquillo al término de la prueba, aunque al final la sangre no haya llegado al río.

Obviamente me quedo de calle con el primero, pero acepto que el segundo viene en el mismo paquete de serie. A todas luces parece tarde para cambiar al astro británico, y, la verdad, aceptándolo así se convive mejor con él.

Salvando la hipérbole, que es mucha, la carrera ha resultado «mala» para Hamilton porque uno de sus pocos puntos débiles se ha manifestado en Silverstone. Su arrancada ha sido como para molerlo a collejas. Poleman y en unos instantes pasa a tercero, y, además, buscando hueco desde el exterior de la trazada con el coche hasta las cejas de combustible y largo como un día sin pan. Vamos, casi todos los boletos comprados para tener un disgusto.

A partir de ese momento todo ha ido como la seda, la verdad. El W09 ha recobrado la distancia perdida en un pispás. En seis giros Lewis volvía a estar en la cabeza, pero el monoplaza anglo-germano no está hecho para ir detrás y aquí se ha acabado la fiesta, y obviamente, el titular del coche número 44 ha tenido que trabajar duro, muy duro para terminar acabando segundo.

Exactamente no sé qué le ha molestado del resultado a Hamilton aunque lo imagino. Cuando planificas tu existencia al milímetro para poderte hacer un selfie en cualquier instante, todo borrón supone una tragedia. Lewis me gustaba más antes, sobre todo cuando sabía reconocer que después de un buen sartenazo, la fortuna le regalaba una segunda vida para seguir peleando, como les pasa a los gatos, pero sinceramente lo digo, también me conformo con éste.

Os leo.

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