jueves, 28 de junio de 2018

In modo!


Estoy llegando a este final de mes como Brambilla cruzó la meta en el Gran Premio de Austria de 1975, que de tan alegre que andaba por la victoria, soltó las manos del volante para celebrarlo y estampó su March contra el arcén unos metros después...

No, en serio, creo que lo que me pasa se debe al Mundial de Fútbol. Uno imagina que en periodo deportivo tan crucial se puede levantar de la cama disfrazado de capitán de selección, un suponer, pero ¡leches!, os juro que todos los días desde que empezó la coño cosa ésta, me despierto y piso el suelo de madera del dormitorio vestido de árbitro, pero así, de abajo a arriba, y lo que es peor: con ganas de guerra.

Ayer, sin ir más lejos, saqué tarjeta roja a doña Matilde, mi madre.

Creo que sucedió en el minuto dos del partido. Me la encuentro en el pasillo a las seis y veintidós de la mañana y en vez de darme los buenos días va y me dice: ¡uy, que susto me has dado, hijo...! El VAR estaba cerrado a esas horas y tuve que reaccionar a lo Collina, en plan sólo ante el peligro. Si transijo con la situación ni ella ni yo llegamos enteros a las seis de la tarde, que el respeto es como el dedo, que lo das por ayudar y como te descuides te toman el brazo; y la paciencia, pues eso, que tiene un límite y para cuando quieres tirar de ella como que no queda...

¡Marimati, a la cama! —le digo—. ¡Y no te me muevas hasta que te ponga el desayuno...!

A ver, luego me dio mal rollo, pobrecita mía. Botas con tacos, medias y calzón negros, camiseta verde fosforito y silbato en los labios. Si me llego a ver en el espejo yo también me habría dado yu-yu. Pero la autoridad es la autoridad y salí de casa con dirección al estudio hecho una vela al viento, eso sí, después de haber repartido tres tarjetas amarillas y dos amonestaciones más entre los gatos.

Eileentxu me miraba raro, aunque la muy ladrona sabe perfectamente que es para mí como Lewis o Sebastian para Charlie (Whiting)...

Tengo debilidades, para qué os lo voy a ocultar. El ser humano también las tiene, así, en generalidad, y no iba a ser yo precisamente la excepción que justifique la regla. Y de aquí que me apetezca escribir esta noche que no hace ninguna falta comprar al manta que tenemos como primer piloto de Ferrari para sentirse tifoso.

No, ésta no me la vendéis tan fácil. Cuando andaba uno de Oviedo en Maranello se podía ser ferrarista a muerte echando pestes del español y tampoco pasaba nada. Con Vettel parece diferente porque los de la ecuación no resoluble no sois tifosi, sois vettelistas, que ni tan mal, os lo respeto, pero no me vengáis con gilipolleces porque fuísteis vosotros quienes establecísteis las reglas. Si Fernando no era rosso para según qué cosas, admitidme que a Sebastian le trague lo justito en la actualidad.

Nos vapuleó gracias a la FIA entre 2010 y 2013, y, la verdad, mantengo poca sintonía con él, no lo he ocultado jamás ni siento ganas de hacerlo, sobre todo cuando se porta como un perfecto mequetrefe. Pero así y todo el alemán es La Scuderia y a ella Forza!, Forza sempre! Quiero oír tañer las campanas de la iglesia de Maranello como cuando sonaban por Niki, por Clay, por Carlos, Gilles, Didier, Patrick, René o Jody, o Mario. Por Michele, por Jean, Gerhard, Michael, Rubinho, Kimi, mi Felipe. Fernando, por supuesto...

No sois nadie para recriminarme cómo siento una de las pocas pasiones que me quedan. Claro que quiero que gane Sebastian, pero ojito cuidado, quiero que venza o muerda el polvo a la manera que haría que el gran Enzo se levantase de su sillón: dejándolo todo sobre la pista, manchando de rosso el asfalto. Vida o muerte, victoria o derrota, pero a lo Ferrari ¡coño!, sempre in modo! Si no, pitaré falta, que no sabéis cómo ando de guapo y de suelto disfrazado de árbitro.

Os leo.

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