Si durante las horas del día el tráfico en Le Mans supone en cierto modo la exaltación de la prueba, de noche ocurre todo lo contrario.
Para entenderlo tenemos que aceptar previamente que el piloto que no va cómodo de noche evitará meterse en problemas buscando sobrevivir con tal de terminar cuanto antes su relevo. Esta actitud reservona y de todo punto comprensible, hará que mida mucho lo que hace antes de abordar un adelantamiento, por ejemplo, o que no lo ejecute hasta sentirse totalmente seguro, o que en circulación encuentre una referencia que vaya a su mismo ritmo y la siga en vez de arriesgarse a abrir camino en solitario.
En este orden de cosas, el piloto que se siente cómodo puede avanzar más rápido precisamente porque los cautos atenúan su presencia en pista.
No es que desaparezcan unos ni que adelantar se haya vuelto más fácil para otros. Más bien es todo lo contrario.
Un coche con un piloto al volante que no las tiene todas consigo es sustancialmente más peligroso —salvando las distancias, exactamente igual que sucede en nuestras carreteras— pero su reserva juega en favor del rápido, ya que para este último el primero resulta a priori más previsible.
Para visualizarlo en plan vulgarote podríamos recordar las recomendaciones de la DGT al respecto de la seguridad en los trayectos cortos y habituales, lugares donde hay mayor densidad de accidentes que en aquellos otros donde se requiere una mayor atención porque existe una menor confianza.
Confianza y atención van íntimamente ligadas. Si no hay confianza el piloto tiende a aflojar el pedal del acelerador, y esto facilita la labor para el que tiene confianza, que así puede ir más rápido.
Y bien, estas dos actitudes sobre el asfalto —como en todo, también existen pilotos no tan cautos y también medio seguros en sí mismos—, definen un escenario en el que se genera una especie de pasillo virtual a través del cual es relativamente sencillo ir rápido y romper tiempos para el conductor con mayor autoestima y creencia en sus posibilidades. Aunque como venimos diciendo, también es más peligroso porque cualquier error o distracción por parte de cualquiera de los que estén en ese momento sobre el asfalto, puede tener desastrosas consecuencias.
Un coche con un piloto al volante que no las tiene todas consigo es sustancialmente más peligroso —salvando las distancias, exactamente igual que sucede en nuestras carreteras— pero su reserva juega en favor del rápido, ya que para este último el primero resulta a priori más previsible.
Para visualizarlo en plan vulgarote podríamos recordar las recomendaciones de la DGT al respecto de la seguridad en los trayectos cortos y habituales, lugares donde hay mayor densidad de accidentes que en aquellos otros donde se requiere una mayor atención porque existe una menor confianza.
Confianza y atención van íntimamente ligadas. Si no hay confianza el piloto tiende a aflojar el pedal del acelerador, y esto facilita la labor para el que tiene confianza, que así puede ir más rápido.
Y bien, estas dos actitudes sobre el asfalto —como en todo, también existen pilotos no tan cautos y también medio seguros en sí mismos—, definen un escenario en el que se genera una especie de pasillo virtual a través del cual es relativamente sencillo ir rápido y romper tiempos para el conductor con mayor autoestima y creencia en sus posibilidades. Aunque como venimos diciendo, también es más peligroso porque cualquier error o distracción por parte de cualquiera de los que estén en ese momento sobre el asfalto, puede tener desastrosas consecuencias.
Y eso, que os leo.
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