martes, 26 de junio de 2018

No ha venido Stefan


El bueno de Martin Brundle tiene que recordar perfectamente su última carrera en el Österreichring. Pilotaba para Zakspeed en 1987, y los dos puntos conseguidos en el Gran Premio de San Marino iban a ser el único saldo de aquella temporada, y para más bemoles, el único botín que conseguiría la de Erich Zakowski en toda su andadura en Fórmula 1.

Quedaba lejos el Gran Premio de los USA (Este), donde el británico sufrió un brutal accidente en entrenamientos que le destrozó los tobillos —¡aquellos coches, en los que las piernas del piloto formaban parte, todavía, del mamparo anterior...!—. Luego fue un dejarse enredar porque lo que le gustaba era correr, y el año que estamos tocando. Y después enredo tras enredo. 1990, cuando gana las 24 Horas de Le Mans a bordo de un Jaguar, y seis años después decide dejarlo...

En realidad no sé por qué estoy hablando del bueno de Martin cuando pretendo hablar de cérvidos.

La última cita en el anciano Österreichring ha trascendido por sus tres salidas y por esa anécdota macabra que nos recuerda que un corzo asustado atravesó la pista cuando venían lanzados Johansson y su McLaren. El pequeño ciervo europeo no sobrevivió al impacto, qué os voy a contar, pero en la fábula interpreta al pérfido animal que casi acaba con la vida del piloto, como si el MP4/3 del sueco estuviese hecho de goma espuma...

No es relevante pero me preocupa cómo nos quitamos ciertas cosas de encima, fundamentalmente las que incomodan. Ponemos un circuito en mitad de un paraje natural, y la media docena o docena larga de veces que lo visitamos por año, la amenaza son sus habitantes.

Me inquieta. Esto de desahuciar a los legítimos me toca especialmente las avellanitas. No sé cómo explicarlo y tampoco sé si serviría de algo. Johansson destroza su vehículo pero sale ileso, el que no puede contarlo es el corzo... Invadimos, destrozamos casi todo lo que tocamos pero el ser humano siempre es la víctima. Y en esto que pillo hace un año o año y medio, un artículo cuyo enlace no he sabido encontrar (lo lamento), y me encuentro con que un tipo como Dietrich Mateschitz, a quien considero uno de los peores cánceres que ha sufrido la Fórmula 1, va y resulta que tiene una sensibilidad con estas cosas similar a la que muestro yo.

El circuito de Spielberg, al moderno Red Bull Ring me refiero, está amurallado para que no vuelva a suceder lo que en 1987. Ultrasonidos, vallas físicas y fronteras químicas, forman parte del trazado como las bananas disuasorias presentes en algunas curvas de su recorrido. El trazado supone a la postre un búnker en mitad de los pastos y bosques austriacos, sencillamente porque un millonario excéntrico consideró que no merecía la pena sacrificar la convivencia por un incidente, por nimio que fuese.

No os lo voy a negar. Miro a Mateschitz de otra manera desde que supe que su visión del mundo, salvando las evidentes distancias, coincide con la mía. La seguridad es imprescindible, para todos. Puede suceder, obviamente, pero espero que el próximo corzo que se encuentre con el MP4/3 de Johansson sepa esquivarlo.

Entretanto, sólo aspiro a que sea verdad eso que me dicen que ocurre entre los ciervos de las montañas del Murtal, que cuando se acerca el Gran Premio de Austria se susurran al oído: No ha venido Stefan, pero cuidado de todas formas...

Os leo.

1 comentario:

Elín Fernández dijo...

Muy buen artículo, José. Me ha gustado.