martes, 12 de junio de 2018

No hay vuelta atrás


Mundial de fútbol, post Gran Premio de Canadá, actualidad deportiva y Las 24 Horas de Le Mans como plato fuerte de nuestra semana, amenazan con no dejar títere con cabeza en las redes sociales, que por un lado está bien, no voy a negarlo, pero por otro, cuando el debate entre ideas diferentes se convierte en un combate poco menos que a vida o muerte, pues como que el asunto tira bastante para atrás, que tampoco sé si me explico.

Hice deporte durante mi adolescencia y —creo que os lo he contado alguna vez—, cuando nadaba integrado en el grupo de los mayores de la Deportiva Náutica de Portugalete, nuestro entrenador solía ponerme como ejemplo de tesón ante mis compañeros. Ángel era un tipo excelente y le admirábamos. Duro y exigente, sus palabras siempre eran escuchadas, y cuando decía mirad a Tellaetxe todo el mundo comprendía que había que mirarme, lo que no tengo claro es que supieran por qué había que mirarme. Empezando por mí, que aquello me sonaba como si alguien de lo nuestro nos dijera mirad a Massa...

Yo era un nadador corriente tirando a malo. Mi estatura no acompañaba tampoco, que mientras Javi o Norberto daban una brazada yo tenía que dar dos para compensar, pero si en algo destacaba (que habría que verlo) es que a diferencia de mis compañeros yo sabía por qué nadaba y cuál era mi techo natural, así que cada vez que me tiraba a la piscina iba a lo mío, exclusivamente a lo mío, como si aquello consistiese en quedar último, a lo Stroll. Y allí que me dejaba lo que no tenía en conseguirlo.

El paso del tiempo te enseña para qué acaban sirviendo estas hazañas adolescentes sin aparente sentido. David Ogilvy también insistía en recomendar que el publicista o el diseñador abordasen cualquier trabajo como si éste fuese el último... Como si fuera el último, efectivamente. Y hace años que asimilé que el bueno de Ángel se refería a eso cuando me ponía de ejemplo: mirad a Tellaetxe, es un manta, y lo sabe, pero entrena y compite como si le fuese la vida en ello.

Fernando está escribiendo una bonita página de la historia del automovilismo, salvando las evidentes distancias, precisamente porque sabe a qué va y lo que quiere. Él suele conseguirlo, obviamente, no como yo, pero en esencia consiste en lo mismo: pundonor.

Alonso está siendo calibrado en la actualidad con métricas que no sirven ni para limpiarse el culo, y disculpadme la expresión.

No es un piloto de Fórmula 1 que flirtea con la Resistencia, no, se ha convertido en un piloto de una especialidad diferente porque ha querido y porque puede. La Triple Corona es la excusa. Lo hizo en Daytona y continúa desarrollando su propia película porque tiene una capacidad sobrehumana para meterse en el papel que le apetece interpretar.

Ni los medios ni sus especialistas lo han pillado todavía —ya aterrizarán, ¡ya!—, pero este Fernando que ha llegado a Le Mans es diferente al que disfrutamos en el Mundial de Fórmula 1. Y lo cierto es que ya no hay vuelta atrás y sólo nos queda esperar a que los gurúes entiendan de qué coño va este nuevo juego del asturiano, para que todos empecemos a dormir un poco más tranquilos.

Os leo.

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