viernes, 25 de septiembre de 2020

Un respetito


A los viejos del lugar les sonará, pues lo he contado, que entre mis múltiples facetas profesionales está la de negro, que consiste, como sabe de sobra Ana Rosa Quintana, en que otro escriba la obra que llevara otro nombre en portada.

En términos crematísticos, y por extraño que parezca, se suele ganar más dinero haciendo de negro que de autor, salvo que seas uno de campanillas que necesite negro, obviamente. En mi última intervención en este flanco literario tuve que firmar un contrato de confidencialidad que debe andar por ahí, enterrado entre las cosas del estudio, que, como confesé en su día, debí haberlo exigido yo. En fin, resolví la papeleta bastante bien, creo, pero por nada del mundo me gustaría que se supiera quien anduvo detrás de la pluma inflamada que narraba un Romeo y Julieta ambientado en la batalla del Ebro de nuestra Guerra Civil...

Si soy sincero, y sin saber si la obra citada acabó siendo publicada o no, debo confesar que la situación más chirriante en mi faceta de negro, en este caso gráfico, la protagonicé en otoño de 1994. Carlos había entrado en una de sus habituales y recurrentes crisis creativas. La editorial lanzaba su línea de libros ilustrados y el de mi buen amigo permanecía en dique seco, por decirlo en suave. Había que desastacar el asunto y convinimos en que yo hacía las ilustraciones y él las firmaba. Pero había un problema: José Ramón, el escritor, solía pasarse por nuestro departamente en el Sanreza de Bilbao para ver cómo avanzábamos o asistirnos en temas de ambientación.

Las prisas, la ingenuidad, la urgencia, yo que sé, derivaron con el tiempo en una especie de vodevil que valdría para escena de película de Berlanga. El autor estaba con nosotros durante algunas horas por la mañana, in situ, que se dice, y si al principio gestionamos bien la situación —yo con mi propio trabajo y Carlos haciendo que abocetaba el suyo—, la necesidad de acabar en fechas nos llevó a quitarnos los disfraces. Así las cosas, mientras acababa las ilustraciones de Carlos y Carlos las firmaba de puño y letra, José Ramón nos miraba cómplice e incluso nos jaleaba: ¡qué bonita ha quedado ésta!... 

Pero a lo que vamos, que me distraigo. Roberto ha hecho de negro durante estas últimas 24 Horas de Le Mans. El empresario Nobuya Yamanaka albergaba el sueño de disputar y completar unas 24 Horas de Le Mans a pesar de carecer de experiencia y nivel, para lo cual montó el equipo, corrió con los gastos y se pilló a Nick Foster y nuestro compatriota para culminar su hazaña.

Al valenciano le tocó bailar con la más fea y tragarse la noche casi al completo, pero la misión fue un éxito a pesar de terminar con 36 vueltas de descuento con respecto al Toyota vencedor. El Ligier JS P217 de nuestros protagonistas es un pequeño LMP2, ni siquiera puntero, pero vio el banderazo final en décimo octava posición de la general. 

Os leo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

... Y hay que añadir que con tiempos en sus stints que no desmerecían a los líderes de la prueba teniendo en cuenta el material disponible...

Lastra dijo...

Espero que la hazaña le suponga a Beto algún mejor bocado que el que se ha llevado este año.