Sin ánimo de molestar, toca iniciar la semana recordando que dejamos atrás la bella Toscana y en doce días nos plantamos en uno de los más grandiosos exponentes de la capacidad de Hermann Tilke para convertir en cemento armado las ilusiones de los aficionados.
El circuito de Sochi es a la Fórmula 1 lo que la sopa de fideos a mi tierna infancia: un mal sueño, pero seamos optimistas y quedémonos con lo importante, pues Mugello ha demostrado que las escapatorias de hierba y grava mantienen intacto su encanto mientras que el futuro, que ya estaba aquí, no hizo otra cosa que teñir de improvisación lo que debía ser una carrera de habas contadas. La FIA, en plan Fuenteovejuna, no encontraba responsables de la tangana que se organizó en la relanzada tras el Safety Car, quizás porque se apuró demasiado el aviso de que Maylander abandonaba la pista y la parrilla no tuevo tiempo de tomar posiciones.
Es una opinión, desde luego, pero creo honestamente que se podía haber evitado si se hubiesen entrenado mejor los procedimientos. Y qué decir de la macarrada de dejar que Hamilton se pusiera por delante de Bottas cuando el británico cambió gomas bastante más tarde que el finlandés. En realidad, la bandera roja supuso un cutre giro de guión para enmendar una cagada de Dirección de Carrera del tamaño de una catedral...
Dudo mucho que Mugello vuelva al Mundial, pero se metió la pata en lo que no debía haber fallado. Hubo exceso de confianza, me temo, y prisa por mantener vivo este calendario Frankenstein que nos ha servido Liberty en plena pandemia.
Os leo.
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