Nos acercamos al Gran Premio de México y, como todas las semanas de carrera, hay un olorcillo majo flotando en el ambiente, más si cabe cuando nos preparamos para ver a Lewis Hamilton calzándose otro Mundial.
El británico tiene dudas de que ocurra finalmente en el Hermanos Rodríguez, pero también es verdad que cobra por dudar en público. Es un protagonista del show y como estrella del deporte ha de cumplir con ciertas obligaciones: mantener la tensión drámatica hasta el último instante, por ejemplo. Imagino que este próximo domingo sudará la camiseta, terminará la prueba, abandonará el habitáculo de su coche para subirse a ese podio improvisado que brinda la parte superior de la célula de seguridad, gesticulará, mirará al cielo y quién sabe si dará gracias a Dios por ser guapo, rico, joven y hexacampeón del Mundo, que seguramente será así...
Lo cierto es que Hamilton lo tiene todo para ser feliz menos rivales en pista, y por esto mismo me ha sorprendido su contestación a la reacción que originó el extraño mensaje pseudoecologista que luego borró. Es obvio (o me lo parece) que nadie le ha reclamado otra cosa que coherencia. Creo que todos coincidimos en que bajo el atrezzo que le engalana como figura mediática hay un ser humano tan respetable como los demás. La cuestión es hasta qué punto el personaje que ha construido está devorando a la persona, y aquí no podemos dejar de lado que Lewis es, de lejos, el piloto que más empeño pone en decorarse como un figurín, y no me estoy refiriendo sólo a sus posados con ropa Tommy Hilfiger.
El de Tewin lleva la penitencia en el propio pecado. Finge ser un incomprendido pero le entiende todo pichichi.
Sobreactúa, no es natural ni cuando nos regala una escena en el retrete del avión, y en un momento tan crucial para su carrera profesional como es el Gran Premio de México, no nos dice que va a ir a por todas, que lo siente por Valtteri porque esta vez se trata de él o del finlandés, o que desconectará la radio durante la carrera ya que no va a estar para nada que no sea cruzar la línea de meta en primera posición porque la ocasión lo merece. A cambio nos ofrece un rosario de gilipolleces, sea dicho esto con el mayor de mis respetos: Mercedes se adapta mal a las alturas de México, por ejemplo, como si al resto de unidades de potencia no les afectara; o Ferrari va a estar muy fuerte, como si desde el Gran Premio de Bélgica la italiana no hubiese dado un pasito adelante...
La cita mexicana habrá que pelearla como todas las demás, imagino —tal vez con algo más de cuidado que en otras ocasiones por aquello de acabar entero y conseguir el anhelado título—. Pero a lo que vamos, Lewis vuelve a cagarla con las patas de atrás, que se dice vulgarmente. Da más importancia a lo que le rodea circunstancialmente que a su esencia como piloto. Se espera que lo consiga, todo el mundo tiene en mente que lo va a hacer, pero él parece el único ser humano que mantiene dudas... y claro, no resulta creíble.
Después del sermón de la montaña, el agradecimiento al equipo y la inevitable referencia a Ayrton senna o a Michael Schumacher, Hamilton nos confesará que ha sufrido mucho pero que ha merecido la pena y tal, pero le seguirá faltando densidad como personaje encarnado en el papel de Campeón del Mundo, porque habrá desaprovechado toda una semana de Gran Premio para caldear el ambiente. Con lo golosos que son estos días previos en otros tipos de deporte.
Os leo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario