El otoño tiene la virtud de desvelar las claves del bosque. El invierno siempre es un lugar desangelado y en primavera y verano, el verde, los verdes y sus extensos matices, ocultan a los ojos menos avisados que aunque lo parezca, no existen dos tonos iguales.
En otoño todo es diferente, el bosque se abre a los siena, pardos y amarillos, incluso rojizos y naranjas. Estaban ahí pero no se veían. Las masas de vegetación perenne y caduca levantan la mano como cuando éramos niños y el maestro había hecho una pregunta. Significarse o morir, que hay quien prefiere lo segundo antes que equivocarse. El reloj de las estaciones. 22 de octubre, otra vez. Sentarse, armarse de paciencia para esperar a entender qué realidad nos oculta el ahora y nos mostrará el mañana, que a lo mejor tenemos un Jim Clark en la parrilla y pasa que todavía no somos capaces de verlo.
Os leo.
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