viernes, 18 de octubre de 2019

Los nuevos vasallos [28-09-2019]


Escribía este texto para mi espacio en MotorPoint el sábado siguiente al Gran Premio de Singapur, y el motivo no era tanto la devaluada figura del escudero en Fórmula 1 sino la mansedumbre que muestran el respetable y la prensa especialista ante los facts del apparatchik. ¡Qué tiempos aquellos en que Montezemolo jubilaba a Felipe Massa y traía a Kimi Raikkonen a Maranello para que espoleara a Fernando Alonso en clasificación...!


La reciente renovación de Valtteri Bottas con Mercedes AMG o la insólita actuación de Ferrari en el pasado Gran Premio de Singapur, al promover y permitir el undercut de Sebastian Vettel sobre Charles Leclerc, evidencian, de nuevo, que la gestión deportiva dentro de la Fórmula 1 deja bastante que desear porque los equipos, lejos de querer crecer dentro de los márgenes que propone la competición, buscan aumentar su zona de confort.

Las escuderías son fundamentalmente empresas, se argumenta, y efectivamente es así. Concretamente son empresas que participan en un negocio cuyo objetivo, al menos sobre el papel, consiste en ofrecer el mejor espectáculo del mundo pues la Fórmula 1, también sobre el papel, es la máxima disciplina del automovilismo deportivo…

Se cuenta que Il Commendatore consintió la traición de Didier Pironi a Gilles Villeneuve en Imola (Gran Premio de San Marino 1982), y que aquello descolocó al canadiense y lo llevó a exponerse demasiado en Zolder... En realidad, la valoración resulta indiferente: Enzo Ferrari quería luchadores sobre sus autos y contaba con la rivalidad de sus pilotos para llevar sus máquinas lo más arriba posible. «A mis pilotos les doy tres cosas, optimismo, un entorno creativo y la motivación definitiva: la rivalidad. Al competir entre ellos en casa, son los mejores en los circuitos…»

Esta frase del patrón de La Scuderia, que ya he usado dos veces esta misma semana, define perfectamente el problema que tenemos sobre la mesa.

Doy por seguro que Gilles no habría querido otro tratamiento, y a la vista está que encontró la muerte buscando superar a Didier en un último intento por demostrar sobre el asfalto que podía ser más rápido que el francés. Pero eran otros tiempos, es indudable.

Entonces tenía sentido tanto «En F1, tu compañero es tu principal rival» como «Tu compañero de equipo es tu peor enemigo», pero desgraciadamente hoy carece de él porque, como insinuaba al comienzo, los equipos han olvidado que se deben al espectáculo y al aficionado, actúan sólo como empresas, y las grandes tejen extrañas conjunciones de astros que, por ejemplo, permiten controlar el reglamento técnico, a Toto Wolff (Mercedes AMG) activar la radio de su box para solicitar a Esteban Ocon (Force India) que dejase paso libre a Lewis Hamilton durante el Gran Premio de Mónaco de 2018, o que Helmut Marko haga y deshaga a su antojo en Toro Rosso y Red Bull, dos escuderías que oficial y nominalmente son distintas y compiten en el mismo campeonato, con tal de que la estrella de Max Verstappen siga brillando como brilló la de Vettel durante su etapa en la austriaca…

Existen muchos más ejemplos pero entiendo que no serviría de nada desgranarlos.

En la actualidad, el tradicional escudero se ha convertido en nuestra disciplina en un gregario de ciclismo, con escasas o nulas posibilidades de inquietar al líder. La empresa los escoge en base a inquietantes valores deportivos como la docilidad, la lealtad, la humildad o el buen carácter. Los que no cumplen estos supuestos difícilmente llegarán arriba porque no encajan en los proyectos y podrían comprometer las numerosas virtudes de un Hamilton, un Vettel o un Verstappen, y entonces habría que recordarles a la vista de todos quién manda, como le sucedió a Valtteri Bottas en Alemania y Rusia la temporada 2018, o sin ir demasiado lejos, como ocurrió con Leclerc en Marina Bay la semana pasada.

La empresa establece las reglas y se ha olvidado del espectador y el aficionado, pero la prensa angelical cubre sus espaldas porque nunca ha convenido hacerse enemigos. Sólo nos falta en el nuevo contexto que modifiquemos nuestra forma de hablar y empecemos a llamar las cosas por su nombre. Vasallo está bien, parece adecuado, y dando gracias porque ya no se estile el derecho de pernada.

Os leo.

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