jueves, 10 de octubre de 2019

En tierra de lobos


Concluido el Rally de Marruecos, me apetecía arrancar la mañana de este jueves 10 de octubre aludiendo al enorme contraste que existe entre la imagen que nos ha ofrecido Fernando estos días pasados y la que nos sirve la Fórmula 1 de sus héroes actuales.

Mucho antes de que sus padres alumbraran al troll que dio la murga ayer en Nürbu, era habitual ver cómo los pilotos compadreaban con su gente. El jefe también lo hacía. Aquel mundo era chiquito y permitía tantas confianzas y alguna más. Al anunciante se le convencía en la pista. Las esposas y novias de los pilotos tomaban los tiempos por vuelta desde los muretes del garaje, el mobiliaro era de picnic, los boxes parecían grutas insalubres a cuya espalda se abría un espacio cercano a los camiones y camionetas que habían traído los coches, las gomas y lo necesario para disputar el Gran Premio. Los mecánicos solían verse sucios y no faltaba un trapo sobre su hombro o sobresaliendo de un bolsillo...

El equipo se trasladaba de un sitio para otro con lo imprescindible, y serán los soportes de las carpas que protegen del sol, las ruedas del camión que se ven detrás, con su plataforma sosteniendo bultos sin deshacer, el aparente desorden, el polvo, la sensación de que no hay cabida para lujosos motorhomes ni vedettes, o que la instantánea de entradilla permite el intercambio con protagonistas de antaño, pero no me digáis que no merecía unas líneas.

Sólo desentona el ordenador portátil, pero bueno: el mundo nunca ha sido un lugar perfecto.

Os leo.

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