viernes, 25 de octubre de 2019

Manny Calavera


Entre la propia celebración y la alegría de los aficionados, el Gran Premio de México golpea fuerte cada vez que asoma las orejas en el calendario. Tan cercano al uno de noviembre, festividad de difuntos, el ambiente ambientazo parece diseñado por Tim Burton o sacado de un videojuego, y luego la pista.

Se echa en falta la antigua Peraltada, cuyo antiguo lecho está parcialmente ocupado ahora por el Foro Sol, pero en general, y no siendo el Autódromo Hermanos Rodríguez un circuito largo —con sus 4'3 kilómetros se mantiene en la media de los trazados del campeonato F1—, uno de sus mayores atractivos está en la altura en que se desarrolla la carrera: a más de 2.000 metros de la línea del mar.

El aire es menos denso y la aerodinámica se resiente, las unidades de potencia también, la refrigeración se complica y todo se vuelve un poquito lotería. Sólo un poco, tampoco exageremos.

Desde que Carlos jugaba al Grim Fandango en mi viejo estudio de Aita Larramendi no he dejado de relacionar el Mictlán con todo lo que tiene que ver con México o viene de México. Obviamente su Gran Premio no iba a quedar ajeno a esta tontería, y mucho menos cuando los muertitos y las Catrinas salen del infierno ancestral y se mezclan entre el jolgorio con las camisetas de Ferrari o Mercedes, o las latas de Red Bull...

Imagino que recordaréis a Max Verstappen y Daniel Ricciardo maquillados ad hoc como calaveras garbanceras, o a Kimi pronunciando en español el Pica güey! que le enseñó Estaban Gutiérrez, pues os juro que yo, como hago siempre que volvemos a México, seguiré buscando en las gradas a Manuelito «Manny» en su traje de Humphrey Bogart con pajarita, seguramente del brazo de Merche.

Os leo.

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