domingo, 4 de junio de 2023

¡Que lo paren ya!


Admito que no he estado muy en la onda del Gran Premio de España, vaya por delante. Entre el trabajo, el #BlueTrainSpecial, y que me ha salvado de un fin de semana anodino el aterrizaje en Gorliz de Josu y Nahiara, futuros padres de mis nietas, a las que convertiré en chamanas narrando cuentos de mariposas e historias viejas al calor de la hoguera, me he sumado a la prueba cuando el semáforo se apagaba, y cuando yo me apagaba también, para qué os lo voy a ocultar.

Con Ferrari a lo suyo y Aston Martin mordiendo el polvo de mala manera, únicamente me quedaba encomendarme a Checo, y ha sido que tampoco...

Fuera Fernando lo lógico era que los Mercedes AMG alegraran la cara de Lewis, pero a ver cómo lo digo sin que se me altere nadie: el heptacampeón es incapaz de sacar brilli-brilli a un hierro y ha circulado más mustio que la órdiga bendita en Montmeló. Russell en su sitio, asumiendo que en esta vida de Dios sólo le queda admitir que ha nacido para hacer de Barrichello o Massa en aquella Ferrari de los tiempos del Kaiser, que diseñó Jean Todt por no molestarse en tirar monedas al aire por ver de qué cara caían; y el resto a aguantar el chaparrón, las ruedas de prensa y las preguntas de los medios, que para eso les pagan.

Sé que os molesta que lo diga, pero el GP de casa ha resultado un puñetero truño, insoportable como si el domicilio de los cogieron se redujera al cuartito de las escobas. Sí, os habéis hecho unos selfies cojonudos y habéis contando historias enternecedoras y edificantes, pero la Fórmula 1 va de pelea en pista y el meollo hoy ha hecho pellas y sin justificante paterno, cabe añadir.

Y pienso —pienso mucho a ratos sueltos, no os creáis—, en por qué no le damos a Max su merecido título y acabamos con el suplicio, o por qué la FIA no regula que Verstappen no vuelva a ganar jamás. La idiotez de Wolff y su gente el año pasado no ha hecho otra cosa que crear un monstruo de las galletas [El cortijo de Toto] que no tiene ni una décima parte de gracia que Triki, el devorafontanedas.

Esto no va de que Pablo de Villota o Javier Rubio saquen conclusiones hermeneúticas o el Virutas hable de lo que le han susurrado desde la cocina que alimenta a los de Silverstone; va de espectáculo y de consumidores, y de esta relación, lamentablemente, ha habido muy poquito o nada en tierras barcelonesas.

Pierde la venta de humo y gana la realidad, pero, ¡joder!, molaba más seguir creyendo en el brujo de la tribu, que al menos bailaba durante sus conjuros y te dedicaba un sonrisa cómplice al final.

Os leo.

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