miércoles, 20 de mayo de 2020

Un verso libre


Hoy hace un año que nos dejó Niki y aunque su figura y recuerdo se han manoseado bastante en redes sociales, no quiero desaprovechar la ocasión de echarle unas líneas, ya que a él le debo el maridamiento, por un lado, y distinción, por otro, del piloto Ferrari y La Scuderia.

Lo he contado muchas veces así que os ahorro los gastos de repetirme. En mi lejana adolescencia quedé prendado de Jacky Ickx y su auto rojo, el 312B. Me sentía ferrarista como mi hermano Julián porque, básicamente, lo seguía a todas partes y creía en él a pie juntillas, pero también necesitaba ir construyendo mi mundo y el más veloz y electrizante del momento era Jackie Stewart y yo también era del escocés y de su compañero Cevert, y de Tyrrell, por supuesto.

En realidad, sin saberlo era de muchos pilotos y de muchas escuderías —todavía me quitan el sueño el Shadow DN1 que conducía Jackie Oliver o el Brabham BT44 que llevaban Pace o Reutemann, o el Lotus 72 de Ronnie Peterson... en el fondo, qué más da—, y el caso es que Niki Lauda en Ferrari me convenció de lo sencillo que resultaba destruir el conflicto para ser de un equipo y de un conductor a la vez, independientemente de qué hiciera cada uno.

Ahí pillé a mi hermano. Él no había entendido el noble arte de la discriminación y yo lo había comprendido gracias al austriaco. A partir de ese instante mi corazón jamás ha vuelto a partirse en dos porque Lauda y los pocos que han sido como él, permanecen tanto como las escuderías. Niki fue en vida un puñetero verso libre demasiado dado a retocar su pasado cuando los años pesaban a sus espaldas, pero queda incluso cuando ha desaparecido y eso es lo importante: que a 20 de mayo le seguimos echando en falta porque su hueco es imposible de rellenar.

Os leo.

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