sábado, 1 de diciembre de 2018

¿Un león templado...?


Salvando el episodio en dos actos de Interlagos (pista y zona de pesaje), la última parte de esta temporada 2018 nos ha ofrecido una imagen de Max muy diferente a la que pudimos apreciar en el comienzo de la campaña, tanto que da la sensación de que el holandés se ha serenado o ha sentado la cabeza, o como prefiráis llamarlo.

Hoy se han pasado por Gorliz Tato, Izaskun y su cría, y mientras tomábamos el vermut en El Portalena —la chiquilla no, no seáis malpensados—, hemos hablado de Juegos de Rol, de mis próximos libros, incluso de ése, de su vida y, por supuesto, del campeonato que acabamos de cerrar, con especial énfasis puesto en Verstappen y la nueva hornada de chavales.

La naranja mecánica gusta o no gusta, recibe apoyo incondicional o rechazo frontal, en definitiva: no deja indiferente a nadie, y lo lamento en el alma por aquellos que todavía no han visto en todo esto las señas de identidad de un fenómeno que está llamado a marcar una época, porque, que es a lo que vamos, donde está el hijo de Jos el espectáculo está asegurado siempre.

Independientemente de las tragaderas que suele mostrar la FIA con él, de Heineken o de que sea el niño mimado de herr doktor Marko y otras mandangas, a Max no se le puede negar que lucha con todo lo que tiene por conseguir aquello que se le ha metido entre ceja y ceja, y no sólo sobre el asfalto. Y bien, Izaskun cree que los sermones de Marko ha surtido efecto y nos han permitido disfrutar de un piloto más templado que en China o Azerbaiyán, por ejemplo. Tato no cuenta en esto, es de Kimi y de Fernando, por supuesto; pero para mí, el milagro se debe más a lo que ha pasado con Daniel y su salida de Red Bull.

Si os soy sincero, a pesar de que no me gustó nada y yo le habría metido dos collejas y le habría mandado a meditar a su habitación, nuestro protagonista gana la partida en Bakú.

Lo hablamos en su momento. Aquello supuso un claro aviso a su escudería: ¡o él o yo! Feo, inapropiado e infantil, pero sumamente eficaz desde la perspectiva que nos ofrece ver los toros desde la barrera, que a fin y a cuentas, es de lo que ha tratado desde que el mundo es mundo la vida de los conductores en Fórmula 1. 

Personalmente me habría convencido más que el de Hasselt hubiese sido capaz de poner a Ricciardo en su sitio carrera a carrera, pero nuestro viejo catecismo hace tiempo que ha perdido vigencia y la juventud busca imponer sus reglas como sea, también en nuestro deporte. En este sentido, entiendo, aunque no comparta, los métodos usados por Verstappen para quitarse marrones de encima, básicamente como llevan haciendo desde hace bastante tanto Hamilton como Vettel. La coño comodidad que hace tan llevadero ser el líder del equipo...

El egoísmo es consustancial a la actividad del piloto profesional y si antes la tranquilidad se ganaba en cada centímetro disputado al compañero sobre lo negro del trazado, ahora vale con tumbarlo antes de que cree demasiados problemas.

Max ha renacido y ha mostrado ser más templado cuando Daniel ha comenzado a estar de paso por Milton Keynes. Los chicos malos de antes jugaban más fuerte, pero los de ahora son más eficaces, y esto no es retórica. Muerto el perro se acabó la rabia, dicen, y al cabo, Verstappen ha disfrutado y tiene ahora lo que buscaba en tierras azerbaiyanas: saber que nadie le tocará las pelotas en casa, como sucede en Brackley o Maranello, y es que ser número 1 ya no es lo que antes.

Os leo.

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