En manos de cualquier artista, el futuro del que hablábamos esta mañana siempre tiende a resultar engañoso. Me gusta Burda (Alejandro Burdisio) precisamente porque sus acercamientos al mañana son consecuentes con la lógica humana: al buen tiempo buena cara, aunque sea conviviendo con un tráfico que habrá ganado altura gracias a la intervención de sustentadores magnéticos, balones de hidrógeno, o yo qué sé.
A fe mía que el argentino le ha pillado el tranquillo, tanto que a pocos días de que cortemos la cinta de 2019, su propuesta resulta más molona que la que nos sirvió en bandeja Ridley Scott en Blade Runner (la de Philip K. Dick en Sueñan los androides con ovejas eléctricas iba para 1992 y, por tanto, no nos vale).
Todos acojonados con un 2019 plagado de siervos replicantes en rebeldía, retiradores intentando cazarlos, y mira, casi casi que nos estamos poniendo en los años treinta del siglo pasado con la Ley de Murphy y Facebook como principales amenazas...
A estas horas de sábado tampoco me pidáis mucho más, pero tampoco neguemos que resultaría bonito poder disfrutar de nuestros viejos cacharros de la Fórmula 1, apañados con avanzadísima tecnología para un futuro tptalmente imperfecto. Los Lotus 72, los Tyrrel 005 o los Ferrari 312, tres ejemplos, volverían a disputar carreras pero allá en lo alto, en circuitos que no precisarían de ser asfaltados, donde su ruido sería un zumbido penetrante como el que producen los Formula E cuando le dan al Fanboost.
Nosotros las disfrutaríamos prácticamente como ahora, a través de televisión, ordenador de mesa o portátil, la tablet o el móvil, y los más suertudos podrían seguir diciendo que estuvieron allí, montados en globos aerostáticos, burbujas personales o dirigibles patrocinados...
La vida, que se abre paso pero nunca nos lleva donde queremos sino donde a ella le da la gana.
Os leo.
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