viernes, 11 de mayo de 2018

Una más


La imagen de Valtteri Bottas en Bakú es desoladora. Un piloto que está acariciando la victoria, que ha luchado por ella cada palmo de asfalto del circuito azerbaiyano, que ha visto cómo su principal rival se descartaba sin ayuda, en un instante nota que su coche no responde como unos metros antes y comprende que el sueño se ha roto en mil pedazos debido a un miserable pinchazo...

Somos frágiles, desde luego mucho más de lo que imaginamos. Pero nos damos cuenta sólo en momentos como el que relataba en el párrafo de arriba...

A primeros de semana, Carlos Castillo me invitaba a participar brevemente en el programa que dedicaba Historacing a Roland Ratzenberger.

No entendí que había urgencia y obviamente llegué tarde, y a pesar del amable ofrecimiento que me hizo Carlos abriendo la posibilidad a editar el audio e introducir mi cuña, preferimos dejarlo para otra ocasión porque, en realidad, siempre hay tiempo para hablar y reflexionar sobre el ingrato papel que interpretan los segundones de la parrilla, esa masa de pilotos que sólo alcanza la luz de los focos cuando media una tragedia que se los lleva por delante o, en el caso de Bottas, cuando la mala fortuna los empuja a la esquina de purgar pecados.

Tuvo suerte Valtteri hace casi quince días. No por seguir con vida ni por poder apretar los dientes maldiciendo la hora en que vino al mundo. La tuvo porque para los que hacen de coro de los grandes, las estrellas, tener delante la posibilidad de disfrutar de una oportunidad más para seguir soñando es un tesoro. Roland no la tuvo, y tal vez eso era lo que quería enfatizar Ayrton cuando recogió una bandera austriaca y la depositó en el habitáculo de su Williams, imaginando que la muerte ya estaba ahíta y quizás dormía, y aquel lejano domingo de mayo de 1994 le iba a dejar tranquilo.

Somos frágiles, repito...

Os leo.

1 comentario:

Fabian Prieto dijo...

La derrota tiene esa facilidad de desnudar la verdadera esencia del individuo y llevar a confrontarlo. Puedes patalear, llorar, gritar y agarrar el mundo a patadas. Al final siempre vas a terminar solo, contigo mismo en un rincón enfrentando tu propia faena. Como Valteri, en Bakú.