sábado, 26 de mayo de 2018

Todo se reduce a esto


Ya sabéis lo mal que llevo que Mónaco sea sinónimo tan sólo de dinero, negocio y glamur. El propio Joe Saward afianzaba esta idea el otro día, afirmando con rotundidad que hay que estar allí para entenderlo...

Huelga decir que fui yo quien no entendió muy bien si se refería a estar allí, en la terraza de un restaurante, tomando unas gambitas al ajillo regadas con manzanilla; o allí, observando desde lejos cómo entran y salen de un yate tipos con apariencia de magnates de domingo junto a individuos con chilaba y maletín. O allí, ajeno a la prueba pero rentabilizando el viaje atendiendo a las actividades propias del dinero, los negocios o el glamur...

Me parece muy aldeanorro todo, sinceramente. «Does it matter that the girls who hang out with the millionaires have trouble counting above seven?» [In the days before Monaco]. En fin, al viejo Saward no hay Dios que lo cambie, así que pasemos página y aceptemos que lo de que Mónaco es dinero, negocios y glamur, viene a entrar en la misma categoría que lo de las chicas que no saben contar más allá de siete...

Y bien, se da la circunstancia de poder disfrutar de una carrera en uno de los circuitos más complicados «de conducir» del mundial, y la prensa internacional —desgraciadamente Joe Saward no es el único espécimen que incide en este tipo de bobadas—, insiste como Matías Prats en su anuncio, en que hagamos caso más del decorado que de lo que sucede en pista, o mejor dicho: de lo que exige la pista a cada uno de los integrantes de la parrilla.

El atrezzo en Mónaco es importante. Vital, más bien. Es fundamental concebir su Gran Premio como un todo irrepetible, que, además, no se puede replicar en ningún sitio porque capital del Principado sólo hay una.

Ahora, reducir todo esto que va a suceder en unas horas a un tema de talonario me parece bastante moñas e irrespetuoso.

Mal por el flaco favor que se le hace a la Fórmula 1 convirtiendo la sexta prueba de un Mundial en poco menos que una excusa para quedar con los amigos. Mal para los verdaderos protagonistas, los pilotos y sus máquinas, porque en cierto modo los dejamos de lado con tanta monserga. Y mal para nosotros, los aficionados, porque desgraciadamente esta filosofía es la que nos llega y nos impregna gracias a los mamporreros de aquí, que en vez de pensar en qué coño dice quien van a traducir, se consuelan mostrando criterio en público limitándose a citar sus fuentes —y si hace el caso, que ésa es otra—, porque éstas son solventes de la muerte y apenas hay nada que discutir. Vamos, que lo dice Saward o cualquiera de su pelo y es casi como si fuese a misa.

Todo se reduce a esto, pero en serio: ¿todo se reduce a esto?

Os leo.

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