Era yo a quien Jero debería haber dedicado un funeral irlandés, por edad y cumplir estadísticas, por nada más, acaso por una miaja de esa justicia en la que no creo. Ya sabéis: prohibidas las lágrimas, abundancia de bromas, chistes y picoteo, mucho alcohol y jolgorio a raudales en agradecimiento al tiempo compartido.
Como a Ferrari, se nos jodieron los planes este pasado verano —da igual cuando leáis esto—. Muy pocos lo sabéis, pero Jero estuvo a punto de irse del todo a mediados de agosto, aunque firmó una brutal remontada y nos ha regalado tres meses y unos días más, en los que he tenido la inmensa fortuna de poder estar lo suficientemente cerquita como para jalearle cada conquista en sus duros día a día, enfadarme y ponerme serio en mala hora, y también reírme con él, porque, con él, desde finales de 2014 todo ha sido alegría, una alegría dulce, infinitamente dulce.