Sinceramente, me parece bastante mentecato andar haciendo revisionismo barato, con tal de indicar a la turba cuál es la fórmula correcta para denominar unas festividades tan bonitas como las que celebramos desde esta noche a la de Reyes.
La gilipollez ha alcanzado también las altas magistraturas de la cultura y rebosamos idiotas donde debería imperar la sensatez. Obviamente no hay remedio para esto, al menos en el corto plazo. Abundan los bolígrafos Bic y sólo queda aceptarlo con la mejor sonrisa iluminando nuestras caras, pues al diablo se le ocurre convertir la Navidad en un debate tan estéril como el de la tortilla española con cebolla o sin ella.
¿Pertenecemos a la cultura cristiana aunque a algunos nos venga forzada la filiación?, pues al menos que se nos note, ¿no?
Cuidad de quienes tenéis al lado y os necesitan, velad porque tengan un sueño tranquilo. No olvidéis a Agnes, ni a Jero. Disculpad con el corazón generoso a quien quedó mudo cuando necesitabais palabras de consuelo. Quered y quereros, disfrutad de la vida como imperativo, y antes de que entréis en combate abierto contra cuñados y cuñadas, recordad que las suegras tienen siete vidas como los gatos y os hará falta algo más que una espada afilada para vencerlas, o, en su caso, aceptar que para ganar las guerras suele resultar imprescindible sacrificar algunas batallas.
Sed felices en Nochebuena, carajo. Lo gilipollas es amargarse precisamente hoy, cuando todo invita a que disfrutemos cuando otros no pueden hacerlo porque los matones del universo siguen empeñados en imponer su ley por la fuerza, en Gaza, en Siria, en Twitter, en Génova 13 y Puerta del Sol 7, aquí al lado...
¡Vaya!, ¡ya me he venido arriba!
Seguramente Jesús nació durante las últimas nieves de primavera en Belén, pero celebramos la efeméride a finales de diciembre de cada año, y qué más dará...
Os leo.
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