A Checo lo han fulminado, empujado a dejar el habitáculo que ya tenía firmado hasta 2026, o como diantre prefiráis llamar a la marranada que ha cometido Red Bull con el mexicano.
Que a estas horas la peña esté ofuscada con lo caro que ha resultado resolver su contrato, sólo indica lo mal que sigue haciéndolo una prensa especialista, más enfocada al clic fácil que a explicar en qué consiste mantener acuerdos en Fórmula 1.
Somos adultos, demontre, y tenemos aquella parte demasiado pelada como para comprar magufadas así como así. Nadie apuntó con una pistola a los de Milton Keynes cuando decidieron renovar al de Guadalajara en junio pasado [Oficial: Red Bull F1 confirma la renovación de Pérez por varios años], y, si se han retractado, justo es que abonen lo pactado mientras el ruido engulle a las criaturas que siguen pensando, que el desenlace se ha debido al rendimiento del titular del dorsal número 11 o a los excesos verbales de don Antonio y su recua de mamporreros.
Por mi parte hay un enorme poso de tristeza. Desde 2007 sigue siendo igual de sencillo desestabilizar a un piloto, hacerle incómodo el desempeño, crearle dudas sobre su vehículo, sumirlo en inseguridades, o dejar que el enemigo haga el trabajo sucio de asediarlo por tierra, mar y aire y lo despedace. Salvo Max, que ha mantenido una fe ciega en él, la de las bebidas energéticas ha hecho lo justito por defender a Sergio, más allá de algunas palabras bonitas, claro; y no, un piloto de su categoría no olvida conducir de la noche a la mañana.
Volveré a hablar de Pérez en otra ocasión, y de cómo lo que ha sufrido se parece tanto a un moobing de libro, que me alegro infinito que al menos ceda el asiento con el bolsillo caliente.
Os leo.
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