No voy a insinuar que como a alguien se le ocurra cruzar las diferentes biografías que se ha ido montando Lewis con el transcurso de los años, a lo peor se lleva una sorpresa, sólo pretendo resaltar en este primer párrafo que ¡cuidadín! con el de Stevenage porque para él la guerra en Ferrari ha comenzado hace algunas semanas.
De la cuerda de Niky Lauda, sobón con su propia historia y arrimando siempre el ascua a su sardina, el juego mental es uno de los fuertes del astro británico, y, a los hechos me remito: ha empezado a mover ficha ante su próxima integración en Maranello, convirtiendo una temporada ramplona —séptimo en la general de Pilotos, por delante de Checo Pérez y por detrás de George Russell—, en un festival de fuegos artificiales que tuvo su punto álgido en la despedida (¿?) que le brindó la Fórmula 1 en Abu Dhabi [El llavero II], que, a su vez, tuvo réplica de 7 grados en la escala de Richter en el homenaje que le hicieron en Brackley...
Hamilton ha recuperado el foco, si se puede decir así, y lo ha hecho concitando a su alrededor el apoyo de la prensa que lo ha defendido siempre, sus fieles, sus leales, los mismos que seguirán dando eco a sus hazañas pequeñas y grandes, haciéndonos olvidar que el heptacampeón acumula tres campañas sin comerse un colín.
Tampoco se me ocurre qué recomendar a Charles Leclerc para contrarrestar este tsunami que ya ha iniciado viaje a varias decenas de kilómetros de la costa rossa e impactará el 1 de enero. De momento el monegasco se está moviendo tarde y lento para mi gusto, y eso que Lewis no lo desea pues prefiere que las cosas lleven su propio ritmo y sean los acontecimientos quienes definan quién será el piloto número uno en La Scuderia durante 2025, aunque, como vengo diciendo, él ya está moviendo ficha, eso sí, con toda la humildad del mundo.
Os leo.
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