miércoles, 12 de febrero de 2020

Contigo, cowboy!


No sentía demasiadas ganas de escribir esta noche. Tienen la culpa una muela menos, la pesadumbre de Amama y mis sobrinos, y la quinta vuelta que le recorto a mi hermano en una carrera que por desgracia perdió tal día como hoy de 2015...

En fin, hay cosas que no tiene arreglo y tampoco conviene dramatizar con ellas. Hoy también ha coincidido que han vuelto mi hijo y su chavala de su largo periplo por Argentina y lejos, pero también muy cerquita, Grisito sigue recuperando fuerzas, y bueno, aquí estoy pecando de nuevo, a solas frente al ordenador, acompañado más allá de la ventana por el sonido de los gatos de Gorliz maullándole a la luna creciente, porque por muy intensitos que nos pongamos, la vida sigue abriéndose camino a pesar nuestro. 

El caso es que a cuenta de la muela, mayormente, he dejado durante un par de semanas abandonadas mis nocturnidades y alevosías en redes sociales y esta tarde, cuando por fin me he atrevido a chapotear un rato en ellas, he descubierto con estupor que o bien tenemos un manantial inagotable de gilipollas que creen que llegarán rápido a puestos de mando para que les respeten sus subalternos, o numerosas hordas de imbéciles que sueñan que diciéndole siempre sí al jefe y bajándose los pantalones cuando lo ordene, conseguirán mirar su reflejo en el espejo sin que les dé vergüenza.

Sólo se vive una vez, pardillos. Mucho Senna, mucho Schumacher, pero si os ponen delante un personaje que va rompiendo moldes no lo discerniríais ni en siete vidas porque los lameculos que nos gobiernan os dicen todos los días adónde hay que mirar y les hacéis caso.

Buenos modales, respeto a los superiores aunque no lleven razón... a ver, con esas virtudes no se sobrevivía en la Fórmula 1 que tantas veces nos sirve como razón existencial. Allí valía el coraje, la asunción de riesgos y derrotar al cronómetro. El asiento bueno no te lo aseguraban seguir las normas de etiqueta ni el cortejo ni las buenas relaciones, se ganaba a pulso machacando al compañero, el primer enemigo, y convenciendo a quien pagaba la nómina de quién era la mejor apuesta.

No quedan mucho guías del desfiladero como los de antaño, en todo caso, si hay quien no sabe verlo y disfrutarlo en la actualidad es que tiene un problema gordo. Hay uno bien cerquita y atizándole no hacen otra cosa que engrandecer su figura sea cual sea el terreno que aborde o la aventura en que se meta... En fin, ellos sabrán.

Contigo, cowboy!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vuelvo a citar a los revisionistas del futuro, rebuscando en los registros digitales de nuestra década algo que merezca la pena para una buena historia.

Ni la melena de Hamilton, ni los cuatro títulos de uno que cuando perdió a Newey, se quedó para comparsa.