lunes, 9 de diciembre de 2019

En qué vamos a creer...


Casi se me salta una lagrimita al escuchar esta mañana a un locutor, en Radio Nacional, decir que si no podemos creer en el deporte en qué vamos a creer...

La noticia en cuestión aludía al juicio sobre un posible amaño que hubo en un partido de nuestra liga de fútbol cuya sentencia se hacía pública hoy y, la verdad, ni siquiera sé cómo ha quedado el asunto.

Pero el caso es que para ese instante ya me había quedado con el bendito comentario y lo había hilvanado a la información sobre lo que deberían haber pagado las escuderías a estas horas, para decir que compiten en 2020 [Por qué McLaren pagará más por correr en F1 el año que viene y Ferrari menos]. Luego me he liado la manta a la cabeza con cuatro Seahawks sobre el Mar del Norte y entre que he conseguido apuntalar todos los datos de autonomía de vuelo y las mil y una zarandajas con las que suelo enredarme en este tipo de escenas, me han acabado dando las uvas.

No son horas, para qué mentir, pero quedaros con la copla del si no podemos creer en el deporte en qué vamos a creer... porque obviamente no voy a hablar de posibles amaños ni cosas por el estilo, pero si voy a recordar las muchas veces que suelo apuntar en Nürbu que hay equipos de la parrilla que ahorran tanto que ni se nota que compiten, porque: total pa'qué.

Creo incluso que llegamos a hacer alguna broma con el alerón que le quitaron a Robert Kubica en Japón, porque funcionaba demasiado bien y eso podía no interesar a la de Grove...

En fin, en el artículo enlazado más arriba, además de visualizar lo que ha tenido que soltar cada escudería por participar en 2020, también podemos entender por qué a Alfa Romeo, Haas y Williams, por tomar como ejemplo a los tres peores clasificados, les ha podido salir más rentable no mover un miserable dedo por intentar disputar carreras, ya que una vez comprobado el rendimiento paupérrimo de sus respectivas máquinas, entre lo que han rascado del presupuesto anual del año corriente evitando gastar innecesariamente, entre que las partidas sobrantes se han podido destinar al vehículo del año que viene, y entre que la inscripción para la temporada venidera sale más económica si bajas los brazos que si vas a degüello, sumando, sumando, te puedes hacer con un pisito en la Gran vía, que se decía en mis tiempos.

Soy plenamente consciente de que para pasar por apasionado de la muerte entre el gentío hay que tener grabado a fuego en la frente lo que decía el locutor esta mañana sobre si no podemos creer en el deporte en qué vamos a creer..., pero es que en todo esto hay un matiz importante a tener en cuenta: los equipos cobran mucho por dar espectáculo —supuestamente, como en los delitos—, no por ser ahorrativos en plan Cristóbal Montoro o ganar el título del mejor escaqueador [Esto es lo que gana cada equipo de Fórmula 1], y el caso es hay muchos que ni se molestan en ofrecérselo a un respetable siempre rendido a las buenas costumbres y al antiguo catecismo.

Suelo abundar, también, en lo gilipollas que resulta quedarse sólo en la parte industrial de la cosa y en las enternecedoras historias que aluden a que hay mucha familia detrás de cada proyecto. Hay responsabilidades que demasiada gente en el paddock se está pasando por el forro de los pantalones, y si delito me parece no exigirlas, crímen de lesa majestad me parece no echárselas a la cara por ver si se sonrojan siquiera.

¿Parecía que en las últimas carreras había equipos que ni estaban? Pues a lo peor era eso lo que estaba sucediendo, que ya se sabe lo que aprietan los Consejos de Administración y cómo lloran los ricos y los jetas.

Os leo.  

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