Gastronomía del asfalto

A estas alturas de la película, con Silverstone asomando las orejas en el horizonte, me apetece despedir Valencia Street Circuit como creo que se merece, porque le pasa un poco como a Fernando Alonso, que por cercano resulta demasiado asequible a las pedradas.

Nadie puede negar que es un engendro salido de la nada, pero sería iluso pensar que es sólo eso. Por fortuna, desde que Nakajima apeara al asturiano en la cita inicial de 2008 dejándome disfrutar de la carrera sin interferencias subjetivas, me decanté positivamente por este circuito semiurbano que me ha recordado siempre a aquellos conque Bernie y su tropa nos deleitaron (es un decir) en los primeros años de los 80 del siglo pasado en tierras americanas, aunque a diferencia de aquellos, goza de de un marco incomparable que lo convierte en único.

Detroit y Las Vegas no son Valencia (¡ya quisieran!). Jamás podrían serlo. Y aquí radida el quid de la cuestión, me temo, porque Ecclestone lleva años experimentando con los sabores y olores en su particular cocina, para ofrecer platos (escenarios) sugerentes que atraigan a los aficionados, ya que en su peculiar filosofía no tienen cabida las carreras como núcleo del espectáculo, habiéndose convertido éstas en una mera excusa para desatar a su alrededor una multitud de fenómenos que en justa medida son incluso más importantes que ellas.

Desde este humilde punto de vista, en la nueva propuesta encajan a la perfección el anacronismo y glamour de Mónaco, la vetustez de Hungaroring, o incluso la bastarda remodelación que ha sufrido recientemente Silverstone, por no citar el valor paisajístico que ofrece Spa o la tradición que aporta Monza.

Mal que nos pese admitirlo, en 2010 el término circuito ya no significa lo que antes. Negar este aspecto resultaría bastante ingenuo, y aunque en ocasiones me he mostrado renuente a aceptar la incorporación al calendario de monumentales artificios habiendo circuitos tradicionales más a mano, muchos de ellos tan buenos como el cercano Portimao, lo cierto es que Valencia forma parte de una nueva visión de la cosa que poco a poco se va imponiendo con machacona contundencia, y por ello sospecho que va tocando asumirlo, porque el testarudo Bernie quiere que los aficionados paladeemos el mundo a la vez que disfrutamos de las carreras, de manera que nos vayamos llenando de diversas sugerencias mientras seguimos las evoluciones de nuestros pilotos y escuderías, aunque para ello haya convertido el deporte en algo que no reconoce ni la madre que lo parió.

Mencionaba más arriba aquellas feas pruebas que supisieron las primeras intentonas del maître, pero han pasado casi treinta años de aquello y a día de hoy tenemos elaborados platos como Shakir, Yas Marina o Singapur, incluso Valencia, que aparentemente no tienen razón de ser, pero que salpican de colorido y aromáticas esencias este moderno universo creado para paladares diferentes a los nuestros, no nos engañemos, resultando todavía incomprensibles para quienes como yo prefieren una buena chuleta con guarnición de patatas y pimientos a cualquier desgustación de la nouvelle couisine.

Termino. Valencia me sigue gustando a pesar del poco espectáculo automovilístico que ofrece. Tiene ingredientes de sobra para convertirse en un trazado sumamente interesante, y por fortuna está dirigido por gentes que entienden del mundo del motor. Es joven. Con ésta sólo han circulado monoplazas de F1 sobre su asfalto en tres ocasiones, y ya se prometen mejoras para el año que viene, lo que me hace ser optimista en cuanto a su futuro inmediato y a sus aspiraciones para consolidarse en el Mundial.