lunes, 5 de octubre de 2020

Mario y el País de Nunca Jamás

Llevo a cuestas una jornada extraña. Me ha dejado tocado saber a primera hora que no podré volver a utilizar el presente cuando pregunte a David por Mario y, como guinda, ando en una zona especialmente turbia de la novela que estoy escribiendo. He pensado dejarlo para mejor momento pero conozco de sobra a qué te expones si decides abandonar el campo de batalla cuando las ideas bullen en tu cabeza y es el ánimo el que no acompaña...

Mario no lo habría hecho. Las musas lo mismo vienen que se van y es mejor atraparlas cuando se ponen a tiro. Esto me ha animado a continuar hasta hace escasamente un cuarto de hora. La faena para mañana está encarrilada y, como de costumbre, vengo aquí a descansar, esta vez recordando que las arañas son infinitamente más diestras que los humanos tejiendo redes donde atrapar gotas de rocío, palabras, párrafos, pinceladas de acuarela, estrofas o acordes.

Es David a quien le gusta la Fórmula 1, pero seguro que a Mario no le importa que recuerde una de esas anécdotas que hacen de teloneras en nuestro deporte y ya se han olvidado. 

En fin, corría abril de 2007 y BMW Sauber había decidido que un monoplaza volviera a rodar sobre el asfalto del Nordschleife después de 31 años. El coche elegido fue el F1.06 de la temporada anterior y en su habitáculo se sentó Nick Heidfeld, Quick Nick. El gigante de las Eifel seguía siendo eterno y endiablado incluso para un vehículo moderno acondicionado. En aras de mantener la comunicación por radio a lo largo y ancho del recorrido, sirva de ejemplo, Beat Zehnder abandonó su puesto en el muro y se subió a un helicóptero que sobrevoló los bosques y la pista siguiendo las evoluciones del conductor de Mönchengladbach. Heidfeld fue tomando confianza y en tres giros situó el crono en 8'34"07, tiempo alejado del mítico 6'11"13 que obtuvo Stefan Bellof sobre su Porsche 956 en 1983, pero en nada desmerecido porque el F1.06 llevaba las ruedas descubiertas y talladas con surcos.

Hay algo especial en arrancar notas a una guitarra y retenerlas sin ayuda de un software, Mario, y algo mágico en fundirlas con una letra parida con antelación o surgida mientras los dedos acarician las cuerdas...

Conozco a tu hijo desde antes de que me dijera que tú eras su padre [Ven, Capitán Trueno], pero hoy, aunque duela, toca decirte Goian bego! porque merecías descansar después de todo lo que has luchado. Sólo pido, si es posible solicitar algo, que nos esperes, pues es un fijo en la quiniela que tarde o temprano nos reuniremos donde sea que alguien nos ponga un Nordschleife al que batir.

Monstruos gigantes, princesas encantadas.
El malo siempre palma, la chica se salva.
Ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno...

Abrazo gigante, pitufo.

1 comentario:

Interlagos dijo...

Esta semana y antes de leer tu artículo he revisitado esa canción de Asfalto a través de una plataforma de streaming...

Sin conocer a Mario, seguro que tiene una sonrisa en los labios...

Hala, cojamos nuestra espada y nuestro escudo y a seguir batallando...

Saludos.