Llevo años señalando que el hooliganismo había entrado en la Fórmula 1 pero no por la puerta que se pensaba. Machismo más o menos soterrado, más o menos elocuente; xenofobia emboscada o preparada en frío con instrucciones para servir después de calentar en el microondas; visión neoliberal del mundo dividida entre winners y losers; sesgo marcado en las críticas: Italia, caca, pedo y pis, truffa; Alemania, virtuosismo, eficacia, éxito; Gran Bretaña, incuestionable facultad para caminar sobre las aguas...
Acabo de dar de cenar a Amama y la he dejado viendo un documental sobre el Reino Unido que apoyó a los nazis, Oswald Mosley mediante. Faltaban Henry Ford y el placem de miro para otra parte de Roosevelt al régimen de Hitler, o no me ha dado tiempo a verlo, pero en esencia, da una grima tremenda ver lo poco que hemos avanzado desde 1930.
Es Stroll y le podemos pasar a él las facturas que llevan el nombre de su padre. Bueno, bien mirado tiene un pase un pensamiento tan ramplón. Pero no da lo mismo que la cosa se insinúe delicada —quince días jodido y dando negativo en COVID no suena demasiado bien, y espero equivocarme—, y que el apasionamiento formulero haya decidido pasar al piloto tanto débito al cobro al conocer que Nico Hulkenberg ha salido zingando hasta la localidad de Nueburgo para tomar el asiento del canadiense antes de clasificación, y aquí mismo es donde los aficionaditos de mierda me han matado.
Es tarde, pero no quiero desaprovechar la ocasión que me brindan estas últimas horas del sábado 10 de octubre de 2020, para cagarme en la puta madre de todos los malnacidos que han visto en todo esto una buena noticia, y lo afirmo siendo consciente de que sus respectivas santas no tienen ninguna culpa.
El ¡que se joda! carece de valor en un azar que desgraciadamente ha tocado el Gran Premio de Eifel y a Racing Point. En fútbol es posible, lo dudo incluso con Pedrerol de maestro de ceremonias, pero no en Fórmula 1.
Os leo.
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