No sé muy bien cuál es ese factor determinante en las últimas actitudes de Lewis que son tan beneficiosas para nuestro deporte, porque mucho hablamos de lo poco que ha hecho Antonio Lobato por hacer crecer la afición en España —a la buena afición se refieren los críticos del periodista asturiano, que ya sabemos que los malos aficionados no puntuamos para estas cosas—, pero los que están creciendo, de momento, son los seguidores en las cuentas en redes sociales del hexacampeón del mundo, porque esta mañana, después de tomarme un café con Miguel, me han comentado que nuestra actividad sigue adoleciendo de falta de tirón, más bien está en franco retroceso con respecto a 2019, y no sólo aquí.
Coronavirus aparte, si Bernie anduviera al frente del cotarro acusaría a Lewis Hamilton de ser un pésimo embajador de la Formula 1. Ya atizó a Kimi Raikkonen y Fernando Alonso por cuestiones infinitamente menores, como para imaginar que le haría maldita la gracia que un tipo que está a punto de acercarse a los números de Michael Schumacher, insista más en cuestiones extradeportivas que en engrandecer el negocio que le da de comer.
Comparando a nuestro astro con Lobato —ya que estamos—, al de Oviedo le podemos reconocer al menos que se enfoca a lo que pasa en pista o se imagina que ocurre en pista, mientras que Lewis se agarra a los focos como a un clavo ardiendo. ¿Quién hace más? Hombre, yo diría que ninguno. La Fórmula 1 se ha metido solita en este embrollo y, por lo que me cuentan, está cerquita de que precise de reanimación asistida, y normal entonces que en etapa de pronunciada sequía, nuestro campeón del mundo se haya inventado fórmulas para seguir en el candelero.
¿No son ortodoxas? Para gustos son los colores, sin duda, pero no olvidemos que Bernie está ocupado haciendo de papá y seguramente no tenga ganas ni de pronunciarse, total, si Liberty Media muerde el polvo, él seguro que estará ahí para bailar sobre su tumba.
Os leo.
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