sábado, 18 de enero de 2020

El crimen de las lágrimas


Si escribís en vuestro buscador las palabras Rolls Royce y Dakar (París-Dakar, mejor) os encontraréis con un montón de artículos y fotografías que referencian la participación de un Corniche en la edición de la prueba de 1981. 

Nos os voy a dar la vara con el anecdotario correspondiente, tranquilos. Al final, El Rolls resultó ser un silhouette car del vehículo británico, cuya carrocería había sido realizada en fibra de vidrio y resina poliéster e iba montada sobre la mecánica de un Toyota FJ45 Land Cruiser, que a su vez, estaba propulsada por un motor Chevrolet V8 de 5.7 litros proveniente de un antiguo Lola T70 al que se le habían capado algunos caballos...

Aquel Frankenstein se fue a la aventura patrocinado por la firma francesa Christian Dior, que pretendía dar publicidad a su recién estrenado perfume varonil Jules, y lo cierto es que cumplió su cometido incluso contando con el accidente que impidió que terminase la prueba de manera oficial —Thierry Sabine permitió que continuara participando extraoficialmente, seguramente porque fue consciente del enorme impacto mediático que estaba proporcionando.

No me enrollo. La profesionalización de los deportes conlleva el funeral de sus ideas germinales. No sabemos ni cuándo ni cómo ocurre, pero esencialmente es así en el Dakar, en el fútbol, en la Fórmula 1 o en cualquier otra actividad deportiva que se convierte en un negocio, y hay que convivir con ello, y lo comento porque cada vez es más habitual encontrarse con gente que habla, sin haber hecho la disgestión, del ADN de tal o cual competición como si fuese un sancta sanctorum intocable.

Así las cosas, juntas la persecución idiota de cierto periodista (sic) austral y sus palmeros de allí y de acá a determinado conductor de aquí, el desafortunado comentario vertido en diciembre por un piloto que acusaba a éste de participar por marketing, y una Laia Sanz que ha sufrido lo indecible, y que, quizás golpeada demasiado fuerte por la pérdida de Paulo Gonçalves, criticaba hace unos días esta edición porque a su modo de ver sólo consistía «en darle gas y ver quién asume más riesgos»; y ya tenemos servida la búsqueda del bendito ADN del Dakar, que como el Santo Grial, siempre queda a desmano de Indiana Jones aunque su localización exacta la saben cuatro o cinco entendidos...

Yo no sé dónde está el ADN de los cogieron, pero sí tengo claro que el espíritu de aventura (patrocinada o no) sigue estando ahí y que sin él, el Dakar sería muy distinto. El raid se ha profesionalizado y ya no cabe un Rolls Royce de mentirijillas. Se ha hecho adulto y esto puede haber nublado el entendimiento de los espesitos, pero la carrera en sí ha vuelto a ser sensacional y resulta bastante necio negarlo.

Os leo.

2 comentarios:

A. Molina dijo...

No cabe un Rolls Royce, pero si un Hongqi. O tres.
https://i.blogs.es/4f7f1e/china-coche-presidencial-dakar-2020/1366_2000.jpg

Anónimo dijo...

O en Jaguar, y este no es un silueta, aunque toda la base es Range Rover

https://www.rld-autos.com/fr/blog/article/39-jaguar-xj-rallye-dakar-2003.html