La imagen de arriba corresponde a un Kamaz durante el pasado Silk Way Rally, pero creo que viene de perlas en la antesala del arranque del Dakar porque ya estamos leyendo burradas y más que vamos a leer, que decía aquél.
Desde luego es un consejo que no me habéis pedido y podéis hacer con él lo que os venga en gana, pero dejaros de historias y alejaros en lo posible de las estridencias y los titulares tendenciosos, bien por optimistas o por apocalípticos, porque vais a disfrutar de la prueba más y mejor.
El Dakar es un rally mastodóntico y no encaja ni de lejos en el tipo de carrera que admite previsiones. Hay candidatos, obviamente. Son gente (navegantes y pilotos, o llaneros solitarios) curtidos en mil y una batallas, fajados hasta decir basta, pero sus posibilidades nunca pasan del 75% porque el resto supone una extraña amalgama en la que se conjugan una serie de variables que como no encajen perfectamente pueden tirar por tierra todo el trabajo realizado. Y sí, en esta fórmula magistral también interviene la suerte.
Son muchas jornadas yendo a todo trapo por terrenos plagados de trampas, los road books no siempre son exactos, la mecánica y los hombres o mujeres que las conducen van a ir acumulando cansancio arriesgándose a fallos o, desde el habitáculo o el manillar, a cometer errores. En definitiva: hay que estar un poco loco y tenerlos como balones de baloncesto para meterse ahí y, normalmente, terminar el raid ya supone una victoria.
Hemos hablado otras veces de esto mismo y quizás sonaba a excusa barata cuando relatábamos las dobladas de rodilla de Carlos Sáinz, pero es la cruda realidad. Si se dice que las 24 Horas de Le Mans elige a sus héroes, con más razón podemos aplicar esta frase al Dakar. Aquí no hay nada seguro, ni para los más experimentados ni para nadie.
Os leo.
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