Remember me

El duro tránsito entre lo que fuimos, hemos sido, somos y aspiramos a ser, se salda siempre en negativo por la inapelable aplicación del artículo treinta y tres, ya que sujetos culturalmente como estamos a la supervisión de los otros (esos seres siempre extraños que nos rodean y miran para juzgarnos), recae en ellos la definición del acierto o yerro de nuestros pasos, cuando el aspecto en cuestión, por íntimo y trascendental, debería correspondernos sólo a nosotros, o en su caso a nuestra almohada.

Corren malos tiempos para solicitar clemencia de juicio, tino, equilibrio o coherencia de pensamiento y comportamiento. Peores para encontrar amparo o un hombro amigo donde apoyar la cabeza, porque triunfan las sonrisas amplias y falsas, ladinas, ajustadas al artificio de hacer creer lo que los actos previos han negado con contundencia…

Fernando es duro, correoso y claro en sus gestos, icono norteño de pura cepa. Cincelado por el paisaje que lo amparó cuando niño, templado como el acero por los contrastes de su tierra y los avatares de su vida, lleva las de perder encarando los sucesivos abismos que surgen a su paso, porque, obviamente, en esta fagocitadora España resulta presa fácil, más aún cuando se le buscan unas vueltas que él mismo ha sincerado. Pero me pregunto que sería de él si hubiese tenido la fortuna de haber encontrado un patrocinador que pagara su carrera y que le brindara un asiento en una de las escuderías punteras de F1 sin mayores méritos.

Voy más lejos preguntándome qué pensarían los ecuánimes que han surgido por doquier si Alonso hubiera sido el causante de la pérdida del tercer campeonato mundial de un compañero cualquiera (un bicampeón que debemos imaginar porque no hay muchos), habiendo delatado a su propia escudería acusándola de establecer ilegales órdenes de equipo, llegando al extremo de insultar a su jefe de filas y tutor, o imponiendo un criterio infantil que al fin y al cabo arrojaría el saldo de dar a otro rival el título de pilotos en una previsible e idiota carambola.

¿Qué pensaría la prensa española? ¿Y la afición? ¿Qué dirían de un piloto español que consiguiera su primer título mundial al año siguiente por tan solo un miserable punto, logrado para colmo in extremis? ¿Qué apelativos le dispensarían con estos méritos, si fuese tan audaz como para saltarse todas las reglas establecidas, una carrera tras otra, con el beneplácito y complacencia de la FIA? ¿Qué argumentos utilizarían al verle sonreír afirmando que alaba este año el trabajo de los comisarios porque dejan correr a los pilotos?

Fernando es duro, correoso y diáfano en sus gestos, incluso cuando recorre el paddock sin levantar la visera de su casco, pero tiene una pega: es español, lleva dos campeonatos mundiales bajo el brazo y corre en La Scuderia, y eso es lo que no le perdonan los que piden ecuanimidad de criterio aunque ya lo hayan sentenciado. ¡Yo le admiro!