Chicken run

Lo prometido es deuda. Va la segunda y apunto directamente al corazón fétido de la FIA, a mi modo de ver directa responsable de lo que ocurrió ayer al comienzo de la tarde sobre el asfalto de Hockenheim y de los lamentables sucesos protagonizados por la prensa inglesa al término de la prueba, por consentir impunemente que los de la british press no tuvieron mejor ocurrencia que asediar de forma obscena a Fernando, a falta de un Lewis Hamilton a quien preguntar qué tal lo había pasado, si era infinitamente feliz, o de qué color eran los nuevos pendientes que se había puesto, o incluso el de las uñas de su novia Nicole, pongamos por caso.

Vivimos tiempos complicados en los que se sustantiva la idiotez mayúscula si los que la dictan son británicos y viene en formato papilla, digerible aunque envenenada con litio, pero gracias a Dios conservo la lucidez suficiente como para que cuando un trilero me indica que mire a una de sus manos mis ojos buscan instintivamente la otra.

Así las cosas, si la FIA inculpa a Ferrari y la mete un puro, yo la miro a ella, a su interior infecto y a su panoplia de normas inconclusas o sujetas a interpretación (lo idóneo para un deporte como la F1, vamos), donde lo que a unos les vale hoy a otros les supondrá una sanción ejemplarizante mañana, en aplicación del mismo artículo, para más bemoles, pues el reglamento deportivo entiende como justicia el uso de la venganza como correctivo en vez de aplicarse en la búsqueda del equilibrio, de manera que bonifica las buenas maneras y la hipocresía pura y dura en detrimento de la ética.

Corren tiempos difíciles, digo, pero ayer me congratulaba de que nuestro estandarte deportivo (lo siento, Hispania queda demasiado lejos y Renault ya no es lo que era) se atreviera a hacer sonar los timbales de guerra frente a esta turba de impresentables que gobierna la F1, y no me desdigo, al contrario, me reitero, pues hacía falta que de una vez por todas la tradición automovilística genuina comenzara a buscar los límites del reglamento aunque haya sido con un seminarista a la cabeza y por pura carambola.

Stefano Domenicali no me parecía a priori el tipo idóneo, la sangre me tira más hacia un Flavio Briatore, ya lo sabéis, pero bien está lo que bien acaba y lo de ayer me parece que debe ser entendido en su contexto: la mamma Ferrari salía en defensa de su primogénito y la tierra temblaba; y lo hacía de idéntica manera a como Ron Dennis lo escenificara en 2008, en el mismo escenario, aunque con Kovalianen y Hamilton como protagonistas (¡gracias Winarthez por el diáfano y elocuente recuerdo!), y el suelo temblaba doble; y aceptaba la sentencia con la cabeza bien alta ya que sabe lo que está en juego y va a defenderlo con uñas y dientes, y la tierra no se sujetaba el vientre porque lo que se palpó en Alemania, ayer tarde, no fue otra cosa que pánico. Desde la dura defensa de Vettel en la salida al consentido ataque de los medios a nuestro compatriota todo olía a miedo.

Fernando está en disposición de ponerse a la altura de los Red Bull en calificación gracias a que el F10 italiano ha resultado una bestia que puede carecer de rival en breve, y una vez situado delante, no hay quien lo pare, ni su propio compañero, porque Ferrari vuelve a tener norte gracias a que lo ha encontrado en él como en 1996 lo hallara en el Kaiser, y a pesar de los pesares y las naturales zozobras que ha producido tal descubrimiento entre sus rivales, la cosa es compremsible porque su reinado puede ir para muy largo ya que no hay en la parrilla quien pueda hacerle sombra en mucho tiempo.

Lógicamente, tanto miedo debía ser contrarrestado con una sanción ejemplar por hacer lo que llevan años haciendo otros con supuestos mejores modales, permitiendo de paso que una caterva de gallinas histéricas hayan llenado el orbe con sus cacareos mientras cubrían a nuestro ovetense de escupitajos.

Como aperitivo de lo que se avecina no está mal, pero esta vez estamos avisados y Fernando en orden de batalla. ¡Van listos!