martes, 27 de diciembre de 2016

La coronación de los locos [#Nürbu 07]


La vuelta donde un conductor consigue la pole tiene algo de hechizo o encantamiento, por supuesto, de coronación también. 

Esa concentración de tiempo, por extensa o breve que sea, donde trazado, máquina y ser humano se funden en uno, en el Nordschleife adquiere entidad propia, pues no hablamos de una secuencia de rectas y curvas cualquiera, nos referimos al circuito más complicado y traicionero que ha tenido cabida en un calendario de la Fórmula 1. 

Circular rápido allí, más veloz que nadie, suponía a la postre sortear los afilados dientes del diablo que habita las Eifel antes de que cerrase la boca en duro y sonoro mordisco. Y lo cierto es que de las veintidós ediciones del Gran Premio F1 de Alemania celebradas en Nürburgring entre 1951 y 1976, se da la circunstancia de que, en cuatro ocasiones, la pole no la consigue un campeón del mundo o un piloto que lo fuese a ser en la temporada corriente, una de ellas cae en el zurrón de Dan Gurney y las tres restantes en manos de Jacky Ickx.

De la habilidad del belga para salir ileso y triunfante de complicaciones que harían palidecer de envidia a nuestros héroes modernos, dice mucho su palmarés en la máxima categoría, en la Resistencia, en las 24 Horas de Le Mans, en los 1.000 kilómetros de Nürburgring o en el Dakar. Lo del americano no parece a priori tan claro.

Dan tiene 31 años en el verano de 1962, y se ha embarcado junto a Jo Bonnier en una aventura que pretende inscribir a Porsche entre lo más granado de los constructores del momento. El modelo 804 de la casa de Stuttgart es mucho mejor que los 787 y 718, pero sigue adoleciendo de exceso de nerviosismo y de falta de potencia en los momentos cumbres. 

Gurney es más grande y voluminoso que Bonnier, también más atractivo, pero a cambio, aunque encaja peor en el monoplaza, es capaz de llevarlo más fino. Y en una jornada marcada por la meteorología cambiante, donde el agua es protagonista, Dan se cuadricula en las flaquezas de sus rivales, y apoyándose en esa comunión entre piloto y vehículo que nadie entiende ahora, devora el Nordschleife como alma que lleva el demonio. 

¡Chas, chas, chas! Suenan las dentelladas secas cuando el americano ha pasado. Todo es suavidad dentro del habitáculo del pequeño coche alemán. Dan pesa más que su compañero, y aprovecha su desventaja dibujando cada curva como con un compás. Se enciende en las rectas, pero donde gana realmente terreno es en los giros trazados con plantilla. Y puesto que Nürburgring es una concatenación de vueltas y recovecos que por número son imposibles de recordar, que diría Maese Castellá, se hace obligado prever lo que viene a continuación, o inventarlo, que es, a la postre, lo que hace el yanqui en su vuelta rápida.

Ocho minutos, cuarenta y siete segundos y dos décimas. Suficiente para quedar por delante de Graham Hill, Jim Clark y John Surtees.

En las veintidós ediciones del Gran Premio F1 de Alemania celebradas en Nürburgring, dieciocho poleman fueron campeones del mundo en curso o estaban en el corredor para serlo. Hubo dos poetas acompañándolos: Ickx y Gurney. Dos locos que se coronaron igualmente, como auténticos reyes.

«Poderoso y tremendo con qué rapidez el amanecer podría matarme si no pudiése sacar hoy, y siempre, amaneceres dentro de mí.» [Walt Whitman]

Os leo.

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