viernes, 10 de abril de 2020

Owen, el joyero


Arthur Owen fue un piloto muy peculiar que regentaba una joyería en Jersey, una de las Islas del Canal (Channel Islands). No era malo al volante, disponía de dinero y es protagonista de esta anécdota que traigo hoy hasta Nürbu porque quizás la suya sea una de las más breves intervenciones en Fórmula 1, si no la que se lleva la palma en términos absolutos.

El londinense empezó a desarrollar su pasión automovilística durante la posguerra en Gran Bretaña y la afianzó a partir del año 1952, consiguiendo algunos hechos memorables, como, por ejemplo, batir en 1955 récords de velocidad y distancia para coches de su clase en el Autódromo de Linas-Montlhéry, a bordo de un Cooper Bobtail cuyo volante compartió con Jim Russell y Bill Knight, y posteriormente, ya en solitario, en Monza. 

Tiempo después, en 1959, el 5 de septiembre firmaba el mejor tiempo del día en los Brighton Speed ​​Trials (Brighton, East Sussex), y el 26 de ese mismo mes, participando en la 6th International Gold Cup en el trazado de Oulton Park (Little Budworth, Cheshire), lograba clasificar duodécimo en una parrilla compuesta por 14 vehículos y en la que participaban Stirling Moss, Graham Hill, Jack Brabham, Roy Salvadori, David Piper y un jovencísimo Bruce McLaren, entre otros.

Su historia allí fue cortísima —hizo trompo sin haber completado la segunda vuelta y se vio obligado a abandonar—, pero no tanto como la que da sentido a esta entrada. 

En fin, antes de meternos en el meollo, también cabe decir que Owen, en 1961 y 1962, participó en el Campeonato Británico de Hill Climb y lo ganó en la segunda ocasión; o que compitió en el Gran Premio de Macao, también con un Cooper, su marca talismán hasta entonces, aunque habiendo obtenido la pole no pudo rentabilizarla debido a que chocó con un rival en los primeros giros; o que en 1963 y 1964, esta vez sobre un Lotus 23, hizo tercero y repitió puesto en los correspondientes Grandes Premios de Japón de Sports, antes de retirarse a la edad de 50 años al finalizar el año siguiente, para volver a su joyería de Saint Helier...

Y bien, visto su palmarés nuestro joyero no parecía manco dentro del habitáculo, y su oportunidad en Fórmula 1 se abrió de par en par a partir de las disputas por cuestiones de seguridad entre los garajistas británicos y la organización del Gran Premio de Italia de 1960, circunstancia que originó que fuese boicoteado por los representantes isleños y que Monza recurriese a esquiroles para completar el elenco de la carrera.

Efectivamente, Arthur fue invitado y el muy piratilla aceptó, de forma que sobre un Cooper T45 con motor Climax FPF L4 de 2.0 litros consiguió hacer el undécimo mejor tiempo en las clasificatorias, aunque tampoco le sirvió de nada porque no pudo completar una miserable vuelta al trazado italiano pues perdió el control de su monoplaza por un problema de frenos y se estrelló.

...

Ayer vi de nuevo Grand Prix, la película de John Frankenheimer con banda sonora de Maurice Jarre, y al rememorar al bueno de Arthur Owen no puedo dejar de pensar en todo lo que encierran esos últimos tres o cuatro minutos del metraje. James Garner encendiendo un cigarrillo mientras la pista se convierte en un antes y un después plagado de sueños rotos y aventuras por descubrir...

#EnCasaPlease... Os leo.

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