martes, 10 de agosto de 2021

Ronnie y Sirah [#Nürbu 36]

Soichiro Honda sentía auténticas ganas de comprobar cómo se desenvolvía el RA271 entre contrincantes de verdad, no luchando en solitario contra el cronómetro sobre el piso de Suzuka, y tras valorarlo con sus hombres de confianza decidió que el Nordschleife era el lugar perfecto para salir de dudas.

Los días finales de julio de 1964 propiciaron que los vecinos vieran por primera vez japoneses auténticos en los aledaños de Adenau, gente de corta estatura que solicitaba en un alemán rudimentario, pero con infinita amabilidad, alguna indicación que les ayudase a encontrar el circuito de las Eifel, el Nürburgring de Nuerburgo, donde acabarían organizando la pequeña base de operaciones para disputar el Gran Premio de Alemania de ese año.

Ronnie Bucknum iba a ser el encargado de conducir el vehículo y llegó cuando todo había sido montado. 

El californiano conocía perfectamente que el esfuerzo de la expedición nipona recaería sobre sus hombros cuando se diera el banderazo de salida el domingo día 2 de agosto, pero no era hombre que soportase mal la presión. También sabía que eran días de trabajo más que de carrera. Estaban allí para probar el auto en condiciones diferentes a las que habían venido siendo habituales hasta ese instante. El resultado de la prueba era lo de menos, lo importante era validar si el RA271 estaba listo para medirse con los Lotus, Brabham o Ferrari, y que eso era, precisamente, lo que buscaba saber Honda san.

Consciente de su papel secundario, dejaba espacio físico y virtual a los mecánicos que se movían alrededor del monoplaza como un pequeño enjambre de abejas. Respetaba al equipo liderado por el ingeniero Nakamura, y éste le devolvía el respeto atendiendo cada una de sus indicaciones o respondiendo cualquier pregunta. Fue esta actitud, más que su palmarés en los USA y su velocidad y consistencia en pista, la que hizo que Honda depositara sus ojos en él durante las 12 Horas de Sebring, y la que, casi dos años después, lo llevaría a conducir el Ford GT40 Mk.II de Holman & Moody que quedó tercero en la mítica edición de 1966 de las 24 Horas de Le Mans, la del triplete de la de Detroit.

Pero en 1964 Bucknum era prácticamente un completo desconocido a este lado del Atlántico, la anécdota humana de un grupo al que sacaba media cabeza de estatura, de media —además, era el único rubio—, que, sin embargo, a pesar de su natural timidez hizo migas fácilmente con el resto de conductores gracias a la intervención de Dan Gurney, algo que facilitó mucho su labor porque era la primera vez que conducía en el Nordschleife. 

De esta manera, cuando no estaba charlando con otros pilotos, indagando sobre las peculiaridades del trazado y sus trampas, o preguntando sobre reglajes o por las referencias para abordar tal o cual curva, mataba los interminables tiempos muertos mientras los hombres de Honda desmontaban y montaban el RA271 y lo afinaban, bien paseando, bien sentado en el pretil del garaje de la japonesa, o bien acercándose a la DKW de Agnes y Jerôme, donde la pareja servía Coca-Cola, café, y entre otras cosas, unas estupendas salchichas al estilo norteamericano hechas con pan de bollo tostado, mostaza y tomate. No eran los hot dogs de Chamaco en Santa Clara, los mejores que había probado, más sabrosos incluso que los que servían los puestos ambulantes en Times Square, pero ayudaban a sentirse menos lejos de casa.

Allí Ronnie conoció a Sirah, una perrita de color canela y blanco, cara inteligente y ojos perfilados con dos finos antifaces oscuros con lágrima que parecían dibujados a pincel. Y allí, con ella enfrente, sentada en el suelo y agitando nerviosa el rabo, tomó conciencia de que, en un acto mil veces repetido, él siempre ocupaba sus manos con una pelota de caucho que le ayudaba a mantener los dedos desentumecidos antes de agarrar de nuevo el volante. A Sirah le interesaba la bola, no la salchicha ni el pan, la bola... también el cariño del norteamericano.

El 31 de julio al mediodía Bucknum esbozó su primera sonrisa salida de dentro. A partir de ese instante y hasta que el equipo hizo las maletas el domingo por la tarde, el animal, él y la pelota, se hicieron inseparables. Paseaban juntos, jugaban juntos, juntos perdían la vista más allá del horizonte. La perrilla aparecía a primera hora y desaparecía sólo cuando la DKW hacía sonar su claxon anunciando que había concluido la jornada. Sirah se convirtió en una integrante más del garaje de Honda aquellos tres días. Cuando Ronnie se subía al coche ella guardaba celosamente la pelota de ambos. Cuando estaba de vuelta, ella estaba allí, esperándolo, con la bola entre los dientes y moviendo la cola...

Bucknum duró once vueltas en carrera sobre el Nordschleife, en la doce trompeó dañando la suspensión trasera y calando el motor. El RA271 había ido bien hasta ese momento aunque carecía de la velocidad punta necesaria para un trazado como el alemán. De vuelta a boxes y después de informar a Yoshio Nakamura, Ronnie aún tuvo tiempo de ver a John Surtees ganar el Gran Premio sobre su Ferrari 158, seguido por Graham Hill a bordo de su BRM P261 verde. La perrita estaba con él, incluso cuando comenzó a meter en la bolsa de lona el casco, los guantes, las gafas y el mono. Iba a poner también la pelota de caucho, pero Sirah le miraba sacudiendo el rabo.

—¡Guárdamela tú, preciosa...! 

Fue la última vez que se vieron. Os leo.

 

PS: Dedicado a los auténticos Agnes y Jerôme, y, por supuesto, a la pequeña Sirah.

3 comentarios:

Ecly dijo...

Mi querido Jose, me encantan tus escritos. Pero este en especial, me ha llegado al alma, este cuento, que por la parte que me toca, es muy real.
Sirah era así, ella sólo quería jugar, era bonita, inteligente, llena de vida y alegría, hasta casi el último momento. En su último día de vida, quise jugar con ella para que sus dolores no se apoderaran de su cuerpo, pero ella no ya no podía. Cogió su pelota, se lo metió en la boca, y me miró cabizbaja, con ojitos tristes, como si quisiera decirme: "ya no puedo, por favor, no quiero jugar"
De modo que la dejé descansar y acostarse que es lo que hacía en su última semana de vida.

Maldita enfermedad, la verdad que le ha tocado la mas cruel de todas, porque fisicamente estaba bien. No se veía deterioro en ella, excepto que en casa estaba un poco más apagada de lo normal. Y en su cabecita, crecía un tumor que ya tenía el tamaño de una cereza y la estaba matando lentamente...

Me quedo con cada uno de sus recuerdos, todas las sonrisas que me hizo sacar, todos los sentimientos que nacieron de mi gracias a ella, todo lo que aprendí de ella en su corta pero intensa vida y sólo puedo dar GRACIAS porque el destino me la haya puesto en mi camino, ella ha sido un regalo cada día durante sus 11 años y 5 meses de vida!
Gracias una vez más por este precioso homenaje a ella!

Jose Tellaetxe Isusi [Orroe] dijo...

Buenas tardes, corazón

Desgraciadamente conozco esa sensación que dejan a su paso. Felizmente, también sé de las otras, las buenas, los juegos, las caricias, los lametones, el saber estar a nuestro lado sin pedir nada a cambio... Sirah, y por supuesto tú y Jero, bien merecíais unas letras salidas del corazón. Os quiero, tesoro ;)

Jose

MAMR dijo...

Las merecen y mucho...
Dos personas admirables donde las haya...
😍😍😍