Si no fuéramos tan cazurros veríamos inmediatamente lo sintomático que resulta, que, salvo en casos contados con los dedos de la mano, las escuderías de nuestro deporte estén gobernadas por hombres de negocio. El dinero ha sido importante siempre, esto resulta indiscutible, pero antes servía para seguir corriendo, para seguir creando, para seguir soñando, mientras que ahora significa tan sólo especulación pura y dura.
Si no habéis notado la diferencia de planteamiento que expongo en el párrafo de arriba, os recomiendo que casi mejor no sigáis leyendo, porque este texto pretende ir sobre uno de los peores cánceres que nos aquejan como colectivo: el dinero como principio y fin de la actividad.
Cuando se creó en 1958 el Mundial de Constructores, no fue por otra cosa
que por santificar que los talleristas (British workshops) podían medirse con
las sacrosantas marcas alemanas e italianas de tú a tú y vencerlas en el peor terreno de todos: ante el público. Había que reconocer aquél esfuerzo tan ingenuo como poético y épico, y, consecuentemente, de aquellos lodos surgieron los barros que materializaron nuestro deporte y lo dotaron de un alma desconocida hasta entonces.
A finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta del siglo pasado, la creatividad impregnaba El Circo casi tanto como la gasolina, el aceite y el olor a goma quemada. Hacía falta pasta, pero para conseguirla sólo existían tres caminos: engañar, vencer o convencer. Y las escuderías, muchas de ellas compuestas por cuatro o cinco amigos de los cuales uno era piloto o ex-piloto, ponían cuerpo y alma en el empeño común.
Había nacido una leyenda que llega a nuestros días, que sigue siendo utilizada recurrentemente para que olvidemos que el dinero servía entonces para seguir soñando, y que se ha convertido en la actualidad en el eje de eso que conocemos como Fórmula 1, y se lo está llevando por delante.
El bueno de Enzo Ferrari, que lo mismo daba con la izquierda que quitaba con la derecha, tenía bien claro por qué la filosofía de su empresa consistía en crear y vender bellísimos sueños de calle cimentados sobre lo que lograban los autos rosso scuderia en los circuitos de Dios. Hoy es complicadísimo que entendamos de qué palo iba el de Maranello, o en qué cojones pensaban Colin Chapman o Ken Tyrrell, o incluso Rob Walker.
Claire Williams decía hace poco, que supone el fin de una era el arrinconamiento de Ron Dennis en McLaren, y la opinión lleva más calado del que le ha querido reconocer la prensa.
Cada vez hay más tiburones en el paddock. Empiezan a sobrar, y cualquiera con dos dedos de frente podría pensar que el fin está próximo porque el ecosistema resulta inviable.
No quedan pardillos ni soñadores a los que meter mano, todo son winners, y tarde o temprano sólo va a quedar uno que se comerá a todos porque nadie se atreverá a meterse en la pecera para interpretar a la gusana del anzuelo.
Lowdon y Booth abandonaron Manor en 2015 porque carecía de proyecto deportivo. Se quedó Stephen Fitzpatrick y la mayoría de nosotros sabíamos por qué lo hizo. Ahora es Tavo Hellmund quien puede llevar las riendas de la de Dinnington. ¿Habrá proyecto real o el americano de origen mexicano se limitará sólo a hacer crecer la fábula para que compre su inversión un inversor mayor o más incauto? ¿En qué categoría del motorsport metemos a este tipo de deporte?
Os leo.
3 comentarios:
Si no fuera por el afán de lucro, no podrías tener un blog. Saludos.
Es que la F1 ha pasado de ser un deporte de motor, a ser un deporte de dinero.
Buenos días y bienvenido de nuevo, Winarthez, tiempo sin leerte ;)
Un abrazote
Jose
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