Conozco el percal, basta que una de mis cuñadas señale una ofensa intolerable, para que el resto se ponga en marcha como las legiones de César y a uno sólo le quede encontrar rápido la puerta, pues, como me tiene advertido Álex, en estas guerras, soldado que huye sirve para otra batalla...
No había más que ver la cara risueña de los componentes de la hinchada de Colapinto para comprender el peligro feroz que entrañaban, cuando, incauta la masa de fans del chiquillo, reclamaba un buen auto para su compatriota cantando a coro frente al garaje de Alpine.
Ya digo que mis cuñadas son artistas en esto de elevar una sencilla anécdota a seria Cuestión de Estado, y, ya que estamos, tampoco es que me haya sorprendido tanto lo ocurrido hace unas horas en redes sociales, por lo de las citadas y porque lo comentábamos en Nürbu unas semanas atrás: «... siguiendo la agenda marcada por los pirómanos que, tal vez, sólo tal vez, pretenden culparle de pecados que no ha cometido, con tal de asegurarse el alpiste y los incendios hasta el parón veraniego» [Las mansiones del Señor].
Ayer sólo fue necesario que diera la voz de alerta un pielfina con muchos seguidores y poca calle a cuestas, para que se amontonaran los desnortados pidiendo turno para soltar sus sermones.
¿Fue para tanto? Yo diría que no, quizá porque sé distinguir perfectamente el abismo que existe entre una coña canturreada por un grupo de aficionados y un grito de cólera llamando a quemar edificios.
¿Se arriesga Colapinto a que le pase lo que a Canapino? Pues diría que tampoco —y no me gustaría equivocarme—, ya que, por fortuna, en nuestro mundillo nos solíamos tomar con otro tono las mismas cosas que levantan ampollitas flanderianas en los hipócritas y puritanos USA.
Todavía estoy esperando a que alguien me diga cuándo, en F1, un buen piloto ha sido apeado de su asiento por el comportamiento cuestionable de sus seguidores, y no es que carezcamos de motivos a valorar: mensajes de odio de los forofos de Hamilton a Leclerc y Sáinz por no arrodillarse cuando lo del Black Lives Matter, amenazas de muerte a Latiffi después de Abu Dhabi 2021, anónimos enviados a Bracley porque a Lewis supuestamente lo estaban boicoteando, etcétera, incluyendo la actitud reprochable, en Austria 2022, de la marea naranja que apoya a Verstappen; y aunque no tenga mucho que ver, recordemos brevemente cómo se las han gastado recientemente con Prost, los seguidores de Senna después del estreno de la miniserie sobre el paulista perpetrada por Netflix...
También podemos irnos más atrás citando la protección policial que tuvo que recibir Damon Hill en Alemania 1994, o volver a mencionar la huida del equipo Toyota por la puerta trasera en Interlagos 2008, pero sería un esfuerzo baldío, ya que, como ha argumentado el propio Martin Brundle en numerosas ocasiones, conviene aceptar que lo tribal también forma parte de nuestro deporte.
No me extiendo. El Pibe se enfrenta únicamente al cronómetro y a su buen desempeño en pista, y aquí, lamentándolo mucho por nuestros talibanes del decoro y las formas, aporta poco la perspectiva de los que solicitan buenas maneras y respeto a los australes, aunque, en este caso concreto, la hinchada del argentino lleve más razón que un santo pidiendo un monoplaza decente para él, porque, a ver, con el hierro que conduce el de Pilar, ni mis cuñadas ni yo podemos sacar conclusiones, ni nuestra actividad puede sacar pecho con eso de ser la máxima expresión del automovilismo deportivo.
Os leo.
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