sábado, 1 de noviembre de 2014

La aventura del Poseidón [Suzuka]


Me encuentro al comienzo de una noche canalla. No conozco ni cuántas ni de qué versarán las entradas que sigan a esta, pero sí sé que ya va siendo hora de que acabe con este retraso descomunal que llevo con las crónicas de las carreras de este año. Así que voy a echar el resto para quitarme de encima el marrón porque ahora que estamos en petit comité, os confieso que las crónicas, por abundantes y recurrentes, son las entradas que menos lecturas recaban.

Así las cosas, si la media se sitúa en 500 o 550 visitas por texto que escribo, las benditas crónicas de cada Gran Premio requieren Dios y ayuda para llegar a las 450 y soy consciente de que es así, principalmente porque las publico demasiado a toro pasado.

En fin, toca ir acabando y toca recalar en aquella prueba que jamás debería haberse celebrado por exceso de lluvia y por falta de luz, en la que Lewis Hamilton ganaría sobre Nico Rosberg, con Sebastian haciendo de tercero porque la norma aplicable bajo condiciones de bandera roja resuelve el orden de llegada al respecto del que se dio dos vueltas antes, al cruzarla meta, pero que terminaría para todos nosotros con Jules Bianchi estampándose contra la grúa que sacaba el coche de Sutil de la escapatoria de la curva número 7.

¿Está bien. Está mal? La Fórmula 1 es un lugar que no admite respuestas precisas. Es como aquel transatlántico que respondía al nombre de Poseidón y que ante un imprevisto en el Mediterráneo —una miserable ola de 10 metros de altura que no se acomete desde el puente adecuadamente por falta de tiempo o de reflejos—, zozobraba inevitablemente, dando la vuelta sobre su eje longitudinal y marcando el inicio de la aventura.

Vencería Hamilton aquel domingo, pero perdiámos todos algo mientras el mundo que conocíamos, sencillamente se devanecía ante nuestos ojos.

Forza, Jules. Forza!

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