Sospecho que ganaríamos todos si a la excelente oferta automovilística de este fin de semana, le descontásemos el desagradable empeño que muestran en redes sociales muchos periodistas, expertos, expertillos y creadores de contenidos varios, a la hora de enfatizar que ellos ya estaban aquí antes del mainstream, o que hablan desde el sofá pero con conciencia de causa porque una vez chuparon Wi-Fi desde la sala de prensa de tal o cual circuito para ver prácticamente los mismos contenidos que disfrutamos los mortales sin movernos de casa.
Supongo que levantará ampollitas flanderianas que diga que todo esto resulta un tremendo peñazo y que, incluso, considero que es contraproducente. Pero es un perfecto coñazo y pienso que lo único que se consigue es profundizar en la sempiterna lucha de bandos que está llevando a más de tres cuartas partes de periodismo mundial (generalista o deportivo) al cagarrón más absoluto.
Desde luego a mí no me miréis. Soy un miserable bloguero que se enternece cuando lee o escucha a otros la palabra ¡abrazote! Mi guerra, si es que se puede llamar así, consiste en echar el ratito hablando de las cosas que me gustan o me disgustan sin esperar demasiadas recompensas. En síntesis: soy un tipo muy amortizado, para que nos entendamos. Otra cosa es que resulta cada vez más complicado sortear la necesidad de tragar con un curriculum antes de llegar a una noticia, y en serio lo digo, la cosa empieza a parecerse peligosamente a los molestos banners de publicidad.
Comprendo que la inminente salida de Fernando Alonso de la Fórmula 1 haya impimido cierta urgencia a todo esto de tomar posiciones con el WEC, la IndyCar o eventos como el Gran Premio de Macao, pero sería saludable (pienso) que abandonásemos las chorradiñas y dejásemos que el público elija por la calidad de los contenidos y no por las recomendaciones de los afines o las pedradas que lanzan los adversus.
No sé vosotros, pero yo agradecería infinito que así fuera.
Y eso, que os leo.
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