jueves, 8 de noviembre de 2018

Piquet a las trece


Estoy muy cómodo recordando el pasado, qué os voy a contar. Ahora que las abuelas han declarado la última tregua estoy trabajando en plan estajanovista, de solo a sol, como quien dice. ¡Pobre Stajánov si me viera!

Esto de no estar entero cuando suceda lo inevitable me ha consumido más tiempo del necesario, y la mejor manera que conozco de darle la espalda es currando, ora terminando la ilustración para Joserra, ora puliendo Job 41.1 —una trilogía de terror no apta para cardiacos a la que le faltan dos hervores y estirar la santa paciencia de Luis Ángel e Igor, y Paco—, ora pergeñando la estructura de Foxtrot en Babilonia para que el nuevo Mutantes sea lo mejor que se ha visto... Soy capaz, lo sé, sólo me hacía falta creérmelo y lo cierto es que el milagro ha ocurrido como quien dice hace nada y ahora no me da la gana dejarlo escapar.

Me llevo mal con la chavalería porque escribo para gente adulta a la que la vida ha mordido en tantas ocasiones que avergüenza decirlo. Los yogurines no me entienden ni falta que hace que lo hagan. Su mundo es diferente al mío y ahí se acaban todos los puentes porque acostumbran a hablar del ayer como si fuese un edificio lustroso en mitad de la Gran Vía de Madrid, un ejemplo, cuando en realidad está lleno de roña porque ha envejecido fatal, como alguno de nuestros gurúes, sea dicho de paso.

Supongo que dentro de treinta años entenderán de qué coño estoy hablando hoy jueves 8 de noviembre de 2018, pero, sin duda, será tarde para todos.

En fin, llevo desde el lunes pasado hablando de los astros brasileños en Fórmula 1 por eso de que este fin de semana hay Gran Premio en Brasil, y no he sido capaz de quitarme a Nelson Piquet de la cabeza en todo el día. Bueno, ya he sido alertado de que el chivatillo de las monjas anda aclarando que es de Alonso de toda la vida poniendo fotos con algún póster del asturiano en su habitación, y admito que ahí estoy vendido porque mi trabajo de fin de carrera en Bellas Artes (especialidad Grabado y Artes Gráficas) versaba sobre una serie de serigrafías a gran tamaño que tenían a Gilles Villeneuve, Carlos Reutemann y Nelson Piquet como motivos.

Desgraciadamente no puedo dar fe de ello. Soy muy regalón con mi obra y apenas tengo en el estudio algunos viejos originales de esos que en la actualidad sirven para certificar la limpieza de sangre. De estos que estoy hablando, desde luego no. En concreto, la estampa correspondiente a Nelson y su Brabham BT49, que regalé a mi hermano, naufragó y se hizo migas como consecuencia de una rotura de cañerías que afectó al chalet de La Mora (Tarragona) donde sigue viviendo mi cuñada Montse. De las otras no sé, y si os soy sincero, tampoco es que me preocupe demasiado. El pasado se deja atrás o acaba pesando lo que no está escrito en la mochila...

Nelson, sí, Nelson. Quien no le conozca lo referenciará a Nelsinho y a la liada del crashgate en Singapur 2008 que se conoció en 2009, pero el carioca suponía a finales de los setenta y durante toda la década de los ochenta del siglo XX, la irreverencia más absoluta, con Balestre o con sus propios mecánicos —preguntadle a Joan Villadelprat por sus hazañas a pie de pista—, pero, fundamentalmente, por ser el ejemplo de una historia que no se repetirá jamás porque hoy los jefes son una una puta pandilla de moñas.

Piquet no se arrugaba con nadie. Si el coche no llegaba él ponía el resto. Si tocaba hacer trampas las hacía poniendo cara de póquer. Tuvo buen maestro: Bernie Ecclestone, de quien se dice que cuando el brasileño le preguntó que qué tenía que hacer cuando tomó posesión de su monoplaza, el patrón británico le recomendó que tirara todo al frente y girara a la izquierda porque la primera curva era a izquierdas. Eso y que volviera rápido al mismo punto donde estaban hablando.

Nelson daría para varios volúmenes de una enciclopedia. Mataba sus miedos a base de bromas, pero cuando la prueba arrancaba se ponía serio y resultaba rápido y letal para con sus enemigos, como un puñetero aguijón.

Si tuviera que asimilarlo a un piloto conocido, diría que Piquet se parecía entonces al colombiano Juancho Montoya, aunque a su favor jugaba que siendo conductor de bólidos, a finales de los setenta o principios de los ochenta del siglo pasado, uno podía permitirse ser más playboy y mucho playboy, que diría don Mariano Rajoy, de forma que en 1987, cuando el de Río de Janeiro consigue su tercer Mundial, emular a Jim Clark o a Jackie Stewart supone el menor de sus problemas porque, a su manera, él ya ha hecho historia.

Nelson sólo hay uno y cabe decir que haríamos mal en olvidarlo, pero bueno, cada uno es libre de vivir el ayer como mejor le plazca, incluso sin actas levantadas por notario.

Os leo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya bajarán las valquirias a buscar a aquellos pilotos que lo merezcan, para que disputen en el valhalla un inolvidable GP todos los días.

No, Chema, no. Lo siento pero a ése no lo elevan ni con un globo aerostático. Ve pensando en otro a quién vivar. Qué te parece Hamilton? Aún tiene mucho por demostrar, pero allí arriba y en igualdad de monoplazas, a lo mejor!

Elín Fernández dijo...

Grande José. Con Nelson Piquet Souto Maior empezó este humilde;p lector a ver F1. Gran ídolo pero pronto apareció el tal Ayrton y lo desplazó, jajaja.

Capitagrunyete dijo...

Denostado por muchos, para mí uno de los pilotos más veloces. De carácter irónico rayando el cinismo (se granjeó enemistades por ello). Y de los más finos en trazadas de alta velocidad, con prácticamente nulas correcciones.https://youtu.be/-S_GeHq_SdU