Todos los tifosi van al cielo

Hay que vivirlo para saberlo, para conocerlo. Me estáis abrasando a preguntas de cómo viviré la próxima etapa que se ha abierto en La Scuderia y a todos contesto lo mismo: «Igual que siempre, un poco apenado por la partida de Fernando, pero sin cambios apreciables porque esto se lleva en la sangre y lamentablemente, no se conoce remedio.» Al menos no lo conozco, ni por otro lado lo quiero, que si hay que morir por veneno, prefiero ser yo quien elija el frasco.

El Chueco, por ejemplo. No se llevó bien con el Draco, lo que no me impide seguir idolatrándolo como el mejor conductor de bólidos que ha dado este deporte. Lo mismo me sucede con Alberto, hombre Lancia de los pies a la cabeza, que sin embargo en Ferrari encontró su punto y aparte antes de írsenos de entre las manos. Y qué decir de ese otro argentino, Il Testone, González, a quien dediqué unas líneas desde Diariomotor de las que siempre me sentiré orgulloso.

Argentina, esa hermana a la que pocos reconocen o quieren reconocer como familia en España, me sirve de pie para cimentar esta entrada, porque hay cosas en este vida que o las aceptas como vienen o mejor las dejas correr, no sea que por un empeño tan tonto como querer atraparlas, te atrapen ellas a ti arrastrándote al fondo de esa muralla de agua que gracias a su infinita paciencia, lleva milenios cincelando nuestro derredor sin que apenas nos demos cuenta.

Tengo muy buenos amigos argentinos. Ariel, Diego, David, Froilán, Jorge Eduardo; todos me han enseñado que se puede ser tantas cosas como uno quiera, con tal de que no renuncies nunca a seguir siendo tú mismo.

Al hilo, naces en Portugalete y casi sin quererlo, sales con el carnet del Athletic señalándote la frente. Y ves cuando chiquillo un monoplaza rojo, otro ejemplo, y te rindes y le entregas el alma sin esperar jamás una miserable recompensa. 

Así de sencillo nace una leyenda, nace un argentino, un portugalujo o un tifoso. Seres o formatos todos ellos, que pudiendo ser de cualquier sitio, interpretan a nómadas que han echado sus raíces en un lugar quieto y reconocible, para circunvalar el globo terrestre tantas veces como haga falta, sabiendo siempre dónde estará su casa, así llueva o truene, o diluvie como está ocurriendo ahora mismo sobre Suzuka.

¿Y mañana...?

A quién le importa qué cosas sucederán dentro de unas horas, si el pasado vale su peso en oro y con él de la mano se entiende el presente como un beso tibio y fugaz en mitad de la madrugada cuya promesa, es nada más y nada menos, que todos los tifosi irán tarde o temprano al cielo.

Os leo.