viernes, 26 de diciembre de 2014

6 o 7 cuentos de Navidad #06


La cena de Nochebuena no termina hasta la mañana del 26 de diciembre, cuando antes de meterte el primer café en el cuerpo, te has convertido en Indiana Jones buscando por la cocina o en el interior del frigorífico, quizás la que será la última croqueta que podrás probar antes de Nochevieja, y eso si te dejan.

Las fiestas son un territorio sumamente extraño. Unas veces están empapadas de alegría y otras, de melancolía. Os lo mencionaba el otro día cuando iniciaba esta pequeña serie de anotaciones que seguramente concluirán aquí y ahora: a mi padre le gustaba el cine mudo y Charlot y a mí, me encantan las carreras. Coincidencia o no, tras el amargo trago que pasamos juntos en la última Nochebuena que compartimos, consumimos las horas posteriores charlando sobre la belleza.

Él era profundamente Kantiano en este aspecto, de los de Lo bello y lo sublime que escribiera el filósofo prusiano. Yo, machacado en Bellas Artes por numerosas lecturas que aún guardo pero rara vez visito, era y sigo siendo propenso a discernirla en ámbitos y escenarios donde la armonía no tiene por qué ser la norma. Sin embargo, los dos coincidíamos en que para que exista belleza de la auténtica, debe haber algo con que compararla porque si no, pierde todo su mágico sentido.

El campeonato 2014 ha terminado, pero comenzó asustándonos un poco. Los monoplazas eran más extraños incluso que las fiestas. La nueva normativa que estrenábamos, hacía hincapié en unos morros tremendamente chocantes comparados con los de la sesión anterior. Feos para la mayoría; para mí, en líneas generales, bastante sugerentes.

El Lotus E22 se llevaba la palma en cuanto a rechazo, por su apéndice nasal a dos bandas y asimétrico... Pero nos hemos acostumbrado a él y a los otros, y hoy es el día en que sin saber muy bien por qué fuimos capaces de comernos casi completa una tableta de turrón blando antes de meternos a la cama, vemos la temporada con ojos distintos y hay quien se anima incluso a señalar tal o cual coche como el más bonito, sin caer en la cuenta de que desprovistos de las correspondientes decoraciones, la mayoría son practicamente idénticos salvo el monoplaza de Enstone.

Mencionaba anteayer a mi padre y a Tiempos modernos, la película de Charlot, una fabulosa crítica a la modernidad, la industrialización y la estandarización. No sé si es posible distinguir la belleza entre tantas y tantas cosas iguales, entre tantos y tantos seres humanos con actitudes y maneras similares, pero creo que merece la pena seguir buscándola como esa croqueta fría que marcará oficialmente el final del primer tramo cronometrado de las fiestas.

Os leo.

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