Este año he pedido poco a los Reyes Magos: disfrutar con cada cita del calendario o, en su caso, no dormirme. Sencillito, vaya. Y tengo que admitir que el GP inaugural ha colmado con creces estos dos minúsculos anhelos.
Obviamente he tenido que poner bastante de mi parte ya que las inercias no se rompen así como así, y de esta artera manera, y a diferencia de otros años, me he despojado de filias y fobias, prejuicios y estimaciones, y me he sumergido en la temporada casi como Dios me trajo al mundo, con ayuda de Amama, un lejano 18 de agosto de 1959, eso sí, mucho más gozotxu que ahora, y sin canas.
Era volver a disfrutar como un niño de una experiencia totalmente nueva o arriesgarme a que se me torcieran las cosas como le pasó a John Cleese en The Meaning of Life, cuando, con la estimable contribución de su esposa, quiso enseñar a sus alumnos a cumplir con la parte carnal del matrimonio, desde la ortodoxia, claro, y uno de los ejercicios más saludables y bellos del universo perdió totalmente su magia entre tanto tecnicismo y tanta mecánica adecuada, mientras los chiquillos se aburrían y, el más revoltoso de todos, era castigado a ser masacrado por los profesores en un partido entre educadores y educandos...
El Sentido de la Vida (The Meaning of Life) es una película de 1983, muy buena cosecha aunque poquito que ver con la del 59, y lo menciono para que los miembros de la chavalería se corten un poco cuando tratan de atizar a lo que ya llevamos mil vidas vividas, y seguimos entrenando diariamente en condiciones de fuego real con tontos de todo pelo y condición, yo, concretamente, con cuñadas y cuñados desde julio de 1986.
A estas horas tenéis información sobre la carrera como para parar un tren, de forma que trataré de ir a lo magro para evitaros tener que aguantarme más de lo estrictamente justificado.
El trazado de Albert Park siempre ha sido especialito y poco indicado para sacar conclusiones, y este año, con cuatro sectores DRS ha perdido otro trocito de su magia. La FIA, que no da puntada sin hilo, busca el drama en pista a base de primar la velocidad aunque luego nos diga que pierde el sueño con la escasez de adelantamientos, y, bueno, a veces las cosas no le salen tan vistosas como desearía.
Lando correcto desde la salida hasta la ajedrezada, y, en este caso, «correcto» significa que ha manejado la prueba con mayor solvencia de la que pudimos verle el año pasado, es decir, sin abusar de las llamaditas al ingeniero de pista para que le dijera qué hacer y gestionando a las bravas, como debe ser. También es verdad que sin un lobo mordiéndole las pantorrillas, el asunto se ha vuelto cómodo, aunque, como siempre digo: la comodidad y la suerte hay que buscarlas en pista y luego cuidarlas.
Oscar Piastri le ha regalado la segunda plaza a Max Verstappen, pero se lo perdonamos porque ha dado una lección de manejo y pundonor, tanto sacando el coche de una empanzada de libro que a más de uno le habría llevado a abandonar el monoplaza renunciando a volver al asfalto, como en su pericia y definición mientras circulaba en tráfico para enjugar su error.
Verstappen hoy no podía con los papaya y era consciente de ello, así que se ha limitado a evitar problemas innecesarios y buscar acercarse a Norris con tal de minimizar daños en territorio enemigo. Russell, a quien había propuesto como vencedor de la prueba, al final me ha dado un alegrón de la órdiga bendita. Su W16 no estaba para tanto flete en Melbourne, pero el de King's Lynn lo ha metido en el podio —a ver si acaba entendiéndolo Toto.
Nos vamos para Shanghai como próxima estación, se masca una cierta prisa en el ambiente pero ocuparé estos días pormenorizando otras cosillas, incluso el estreno de Hamilton con Ferrari, descuidad.
Os leo.
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