jueves, 10 de diciembre de 2020

Avengers: Endgame

En cuatro días enterramos la temporada 2020 y en vez de hablar de competición, pura y dura, tenemos temas candentes donde elegir: ¿Mazepin es un impresentable o a su padre le sobran atenuantes en el talonario? ¿Vettel se despedirá dedicándonos algún trompo? ¿Morirán de apasionamiento quienes ya están echando la lagrimita porque se acaba la Fórmula 1...?

Vaya por delante que la Fórmula 1 no muere nunca, es árbol de hoja caduca, en nada empieza a echar yemas nuevas y se nos pasa el susto, pero está bonito ver cómo nos comportamos todos ante un hecho aparentemente insustancial, ya que el sarao se terminó el mes pasado y el segurata nos sacó a patadas de madrugada porque sobrábamos. Eso sí, los viejos del lugar llevamos tiempo mirando lejos, a 2021, y los retoños se aferran al presente intuyendo que el mar es malo y los va a tragar.

Tuve suerte, aprendí a nadar precisamente en la playa de Gorliz, localidad donde ahora vivo y mantengo mi ducado a fuego, hierro y golpe de marmitako. Me acojonaban las olas y no había manera, pero Amama, más lista que el hambre, me regaló unas gafas de bucear de aquellas de caucho azul, compradas a saber a cambio de qué agujero del cinturón familiar en la ferretería de Montejo. Santo y bueno, mi problema no era sostenerme en el agua sino un tema de ver o no ver, que bajo la superficie yo era tendente a cerrar los ojos pero con las gafas aquellas podía abrirlos y zas (exclamación), el resto resultó pan comido...

No sé a qué coño os estoy contando todo esto. En fin, vinieron luego los cursillos en la piscina de Portugalete, el aceptar que mi hermana Matilde era infinitamente mejor que yo incluso en eso, y más tarde integrarme en la Deportiva Náutica como en plan de saldo rescatado de las rebajas hasta que tuve que dejarlo años después porque el cloro me había malgastado las mucosas nasales...

Sí, acabo de pillar el hilo, disculpadme. En Santurce, en su puerto, a finales de primavera o en verano, era habitual en mi niñez ver a padres o hermanos mayores atando una cuerda alrededor del pecho de los chiquillos y tirándolos por la borda del bote para que su miedo al líquido elemento desapareciese solo, de forma natural, o eso, pues a la fuerza ahorcan, ya me entendéis.

No me enredo. Volvemos a Yas Marina, que es como pasar por el notario mayor del reino para certificar no sé qué asunto, y el lunes que viene unos nos habremos quitado un enorme peso de encima y otros llorarán a moco tendido, y esto es esencialmente bueno porque hace no demasiado había quién se preguntaba, a todas horas de todos las jornadas, qué iba a ser de nosotros el día que Fernando Alonso lo dejara, y el caso es que el asturiano lo dejó y volverá el año que viene, y las sensaciones son idénticas a las de 2009, y mientras esto siga siendo así la Fórmula 1 no será un cadáver en España ni habrá que verla de madrugada o en diferido.

Os leo.

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