viernes, 28 de agosto de 2020

Viejos amigos


En 2020 íbamos a estrenar dos circuitos nuevos (Vietnam y Zolder), y el coronavirus nos ha recordado que no había que invertir nada, que no era necesario descubrir nuevos horizontes ni retocar trazados porque todo lo que nos hacía falta ya lo teníamos: Portimao, Imola, Mugello, Nürburgring y ahora Istambul Park.

Se preguntarán ustedes de qué me alegro y la razón espero que resulte fácil de entender: el capitalismo feroz tiene las patitas cortas y Caperucita dudo mucho que haya existido. La historia, por tanto, siempre ha sido un cuento para entretener los horas o ayudar a que los pequeños de la casa concilien el suelo. Más allá de esto sólo ha habido rosario de pelotazos y juego con fichas —¿tanto das?, mira, ahí al lado tengo otra que me da bastante más—, y en época de necesidad, claro, la especulación se ha olvidado pronto de las comisiones y plusvalías que ofrece el hormigón y la obra pública, y de la obsolescencia programada, para abonarse rápido al reciclaje de todo aquello que no servía hasta anteayer pero nos está salvando el pellejo hoy, porque, en el fondo, era útil y siempre lo ha sido, otra cosa es que resultara interesante explotarlo.

Al paso que vamos doy por seguro que descubrimos el fuego, o el Mediterráneo, pero a pesar de que sigo sin ver claro a qué cuento viene tanta prisa con este calendario Frankenstein, estoy disfrutando como un enano con todo lo que está dando de sí una Fórmula 1 que huye de sí misma, y una Liberty Media que no pone reparos en mostrarnos lo sucias que lleva nuestra actividad las enaguas. Es un poco como si Juan Manuel de Prada interviniese en el Club de la Comedia para suplir la ausencia de cómicos, como si la cuadrilla precisase de perdonar a los viejos amigos porque a los habituales no les deja salir de casa su señora.

¿Razones? ¿Quién las necesita? El show es lo importante —¡que viva!—, nosotros somos contingentes pero él es necesario. Amén.

Os leo.

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