Tiene su puntito que continuemos en Silverstone para celebrar el Gran Premio del Septuagésimo Aniversario, pues es allí donde el catecismo dice que empezó todo a pesar de que para los británicos no haya demasiado que contar, ya que las carreras de coches nacieron en Francia a comienzos del siglo XX, la FIA es gala —Federation Internationale de l'Automobile, institución que mantiene su sede en Place de la Concorde, París—, la FOM está ahora en manos norteamericanas, al menos nominalmente, y, en realidad, hay que hacer un auténtico ejercicio de desmemoria para olvidar la generosa historia de nuestro deporte que tuvo lugar en el periodo de entreguerras en territorio continental.
Pero sí, podemos dar por válido y cierto que el primer Gran Premio de la moderna F1 se desarrolló sobre la antigua pista de Silverstone (RAC British Grand Prix, 1950), con una representación de tan sólo 7 vehículos patriotas entre los 26 inscritos. Aquella carrera la ganó Nino Farina sobre un Alfa Romeo 158. La fábrica de Milán copó las tres primeras plazas, la cuarta y quinta fueron para sendos Talbot Lago franceses, y en la sexta y séptima por fin aparecían los dos únicos ERA (English Racing Automobile) que concluyeron de los 11 vehículos que vieron la bandera a cuadros.
Pero sí, podemos dar por válido y cierto que el primer Gran Premio de la moderna F1 se desarrolló sobre la antigua pista de Silverstone (RAC British Grand Prix, 1950), con una representación de tan sólo 7 vehículos patriotas entre los 26 inscritos. Aquella carrera la ganó Nino Farina sobre un Alfa Romeo 158. La fábrica de Milán copó las tres primeras plazas, la cuarta y quinta fueron para sendos Talbot Lago franceses, y en la sexta y séptima por fin aparecían los dos únicos ERA (English Racing Automobile) que concluyeron de los 11 vehículos que vieron la bandera a cuadros.
Cualquiera que escuche a David Coulthar hablar de la British Heritage en Formula 1 puede llegar a pensar que la intervención isleña en nuestra disciplina fue apabullante en 1950 y la marcó indeleblemente, pero, un rápido vistazo a las abundantes páginas dedicadas a las estadísticas y recopilación de datos en Internet, revela inmediatamente que hay mucho más ruido que nueces en este asunto.
El Gran Premio de Mónaco fue la segunda prueba de ese año y la presencia de monoplazas ingleses se redujo a 3 contendientes —únicamente terminó uno de ellos—. En las 500 Millas de Indianápolis, cita puntuable para el Mundial F1, hubo presencia transalpina pero no inglesa: un Alfa Romeo que no se clasificó y varios Maserati, entre los que se encontraba el que concluyó en vigésimo quinta posición, propulsado por Offenhauser; y por terminar con 1950, decir que como sucedería en Suiza, Francia e Italia, ninguna marca defendió allí el pabellón de Isabel II. Empero, en Bélgica fue un ALTA el que tuvo ese honor…
Huelga decir que hay mucha tela que cortar con las definiciones que ha hecho la FIA a propósito de sus campeonatos, incluso con la apropiación indebida que ha ejercido el Reino Unido sobre muchos hechos y acaecidos, pero hoy estoy de buenas y me apetece sustantivar que sin tanta vaina le debemos a Gran Bretaña la oportunidad de renacer como disciplina del automovilismo deportivo tras las terribles secuelas de la II Guerra Mundial, una historia británica sobre cuatro ruedas que no desmerece en absoluto su pequeña relevancia en monoplazas (entonces), y una panoplia de pilotos e ingenieros isleños que antes de 1950, y después, ejercían sobre los aficionados un efecto magnético.
A los ingleses les debemos eso y mucho más, pero son así y hay que comprenderlos, y abrazarlos para que se sientan queridos. La Fórmula 1 no es suya, pero podemos seguir dejando que lo crean, más ahora, si cabe, cuando unos vehículos que parecen aviones vuelven a pisar un terreno que antaño estaba destinado a que en sus rectas despegara o tomara tierra cualquier AVRO Lancaster como el que aparece custodiado por dos cazas en la magnífica ilustración de Robert Taylor que he usado como entradilla.
Os leo.
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